Ayer por la mañana lucía un sol radiante muy invitador, de modo que me calcé la mascarilla y, dentro de las posibilidades permitidas por la última normativa, fui a recorrer el nuevo parque bautizado Gran Clariana en la barcelonesa plaza de les Glorias, una tercera parte del espacio verde previsto cuando acaben las obras. La Gran Clariana, terminada cerca de dos años atrás, consiste en un enorme círculo de hierba cuidada, de la extensión de un campo de fútbol, con los accesos previstos para los usuarios. Estos accesos nunca se han abierto. Una amable empleada vestida con el chaleco de Informadora me notificó que primero fue para que la hierba pudiera arraigar. Una vez arraigada y visiblemente ufana, añadió que las asociaciones de
vecinos se han opuesto a la apertura para evitar el desbarajuste humano que preveían, una explicación sin duda necesitada de matices que no me supo proporcionar. Sea como sea, la flamante Gran Clariana solo se puede rodear a lo largo del perímetro exterior y mirar sin tocar. A continuación crucé la plaza de las Glorias (una aventura urbana en sí misma) para entrar al Museo del Diseño. La exposición “Leer una plaza”, referida a esta plaza de las Glorias, despliega toda la teoría desmentida por la realidad de enfrente.A la satida me senté en un banco de la calle, saqué el librito que llevaba en el bolsillo y di con el párrafo siguiente: "Si alguna
vez en la escalinata de un palacio, sobre la hierba verde de una hondonada o en
la soledad alicaída de casa despiertas con la embriaguez ya disminuida
o desaparecida, pregúntale qué hora es al viento, a la ola, a
la estrella, al pájaro, al reloj, a todo lo que huye, gime, rueda,
canta o habla. Y el viento, la ola, la estrella, el pájaro, el reloj te
responderán: 'Es la hora de embriagarse. Para no ser esclavo martirizado del
tiempo, embriágate. De vino, de poesía, de virtud o de lo que te plazca'"
(Charles Baudelaire: Le spleen de Paris, XXXIII).
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