La mesa del Congreso de Diputados tiene previsto que la cámara rinda homenaje mañana martes al presidente de la II República, Manuel Azaña, con ocasión del 80 aniversario de su muerte en el exilio de Montauban (Francia). Es de justicia reconocer a las autoridades del sistema democrático derribado por la Guerra Civil que desencadenó Franco, sin embargo no debería confundirse reconocer con santificar. El partido de Azaña (Izquierda Republicana) solo podía prestarle un apoyo minoritario, de modo que practicó la cultura de coalición a regañadientes y el juego sucio contra sus aliados socialistas, mayoritarios en el gobierno. El presidente de la República designaba la persona encargada de formar y presidir el gobierno. Azaña sustituyó en mayo de 1937 al socialista Largo Caballero por el también socialista Juan Negrín, con el que no dejó de enfrentarse.
La política de “Resistir es vencer” practicada por Negrín no albergaba la pretensión de ganar militarmente la guerra, tan solo mantenerla a la espera del vuelco presentido en el panorama europeo que favoreciera un final pactado, a través de las presiones de los gobiernos demócratas europeos, para no dejar a los vencidos a la completa merced de los franquistas.
Solo secundó políticamente a Negrín hasta el final el PCE, las demás fuerzas lo dieron per irrealizable. Sin embargo Negrín llevó razón, el estallido de la Segunda Guerra Mundial se produjo apenas seis meses después del final de la guerra española.
A escondidas del gobierno y en contra de la lealtad institucional, el presidente Azaña reiteró las gestiones para ofrecer al bando franquista otras condiciones de rendición, aunque Franco repetía por activa y por pasiva que no deseaba ningún pacto. El discurso de Azaña “Paz, piedad, perdón”, pronunciado el 18 de julio de 1938 en el Salón de Ciento del Ayuntamiento de Barcelona, iba en aquel sentido derrotista.
Abandonó España por el camino de La Vajol el 5 de febrero de 1939 y se negó a regresar, como le pedía Negrín, pese a que el gobierno republicano aun controlaba la capital y toda la Zona Centro-Levante-Sur. Si hubiera regresado, como hicieron Negrín y otros responsables, Francia y Gran Bretaña no hubiesen reconocido diplomáticamente al gobierno de Burgos y acelerado de aquel modo el final de la guerra sin ningún acuerdo y la sanguinaria depuración posterior por parte del régimen franquista.
El biógrafo d’Azaña, Santos Juliá, opina: “Franceses y británicos percibieron de inmediato que Azaña no tenía plena capacidad para recomendar en tanto que jefe de Estado una iniciativa de alcance nacional”. El profesor Ángel Viñas, en su abundante literatura sobre la guerra, concluye: “A pesar de todas las críticas que me ha dirigido mi buen amigo Santos Juliá, sigo pensando que el presidente de la República no obró correctamente”.
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