Tal vez algún día veremos frente a cualquier playa del país otra clase de faros blancos, esta vez plantados en el mar: los aerogeneradores eólicos offshore o flotantes. Sería la prueba de que algún gobierno de aquí se ha tomado en serio la emergencia climática y las inversiones en nuevas fuentes de energía para frenarla, igual como antes se invirtió masivamente en aeropuertos, autopistas, puertos "deportivos" o rescates bancarios. En el mar el viento duplica la velocidad, actúa de forma más estable por la ausencia de barreras y los aerogeneradores ser auto-orientan a fin de seguir la dirección del viento. Los planes oficiales de la Generalitat preveían que en 2020 Catalunya cubriría casi la cuarta parte de su demanda eléctrica mediante la energía eólica. El papel lo aguanta todo, sobre todo el papel mojado. De momento es la sexta comunidad autónoma por potencia eólica instalada y tan solo un tristísimo 0’48% de la electricidad que consume procede de aerogeneradores.
En el Empordà, palacio del viento, no hay ni un solo molino de energía eólica o aerogenerador. En el Rosellón, del otro lado inmediato de la frontera, el mismo viento alimenta el mayor parque eólico de Francia (en los territorios solapados de Calce, Baixás, Villeneuve de la Rivera y Pezillá de la Ribera). De momento produce el 28% del consumo eléctrico del departamento de los Pirineos Orientales o Catalunya del Norte. La primera de las tres eólicas flotantes proyectadas frente a Leucate y Le Barcarés se construirá en 2022, con una inversión de 215 millones de euros.
Catalunya ha quedado en la cola de la carrera de las nuevas tecnologías para la producción de electricidad. Del otro lado de la frontera, el mismo viento genera la situación inversa.
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