Lo que resulta más sorprendente del arquitecto Adolf Florensa es que fuese capaz de intervenir en todas las obras privadas que llevan su firma mientras era arquitecto municipal del Ayuntamiento de Barcelona, de 1924 hasta la jubilación en 1959. Aquellas obras marcaron una larga época en la ciudad y en toda Catalunya: la casa Cambó de la Via Laietana (1925), el palacete Abadal de la Diagonal (1927, ahora banca Mediolanum), el Fomento del Trabajo (en colaboración con Josep Goday, 1931), algunos edificios de la Exposición Internacional de Barcelona (1929), la reforma del Barrio Gótico barcelonés (1949), del claustro de la Catedral, del Ayuntamiento, del Palacio de la Virreina, del antiguo Hospital de la Santa Cruz como Biblioteca de Catalunya, de la Capitanía General (antiguo convento de la Merced) y de las Atarazanas, así como la culminación de la urbanización de S’Agaró (1960) y la restauración del monasterio de Poblet, la catedral de Vic y los castillos de Peralada y Mequinenza, entre otras. Es cierto que coincidió con tres períodos de especial empuje: la apertura de la Via Laietana, la reparación de los destrozos de la Guerra Civil y el primer porciolismo. Más adelante escribió Ramon Folch: “Conocí a Adolf Florensa en los últimos años de su vida (1889-1968) porque estaba casado con una compañera mía de facultad, Concepció Comamala. Conxita, mucho más joven que él, fue su secretaria hasta que Florensa se jubiló. Y no me explico cómo a este hombre, a quien debemos el grueso del atractivo turístico de Ciutat Vella e incluso más, la materialización de su imaginario histórico, solo se le ha dedicado en Barcelona una simple calle menor en la zona universitaria de la Diagonal”.
Se trata de la calle adyacente a la Escuela Superior de Arquitectura y discurre por el interior del campus. (El dibujo adjunto es de Leonard Beard e ilustró el artículo de Folch en El Periódico de 8 de agosto de 2014).
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