De hecho la marihuana es legal en Catalunya (no la producción ni el tráfico) y tiene registrados más de cuatro cientos clubes canábicos legales.
El gobierno de uno de los países más pequeños, el Uruguay del presidente Pepe Mujica, despenalizó en 2013 el consumo, cultivo y comercialización de la marihuana en cantidades controladas por la administración. En Catalunya también fue uno de los gobiernos más pequeños, el del municipio de Rasquera (900 habitantes, en la Ribera d’Ebre), quien impulsó en 2012 el proyecto de plantación de marihuana para el autoconsumo de los miembros de un club legal barcelonés de fumadores con 5.000 socios, en un pueblo castigado por la crisis agraria que vio en aquella iniciativa una posibilidad de regeneración económica. La abogacía del Estado llevó el asunto a los tribunales, los cuales sentenciaron que el ayuntamiento de Rasquera no tenía derecho a hacerlo. El campo quedó libre a las mafias.
La guerra oficial contra la droga ha dado lugar en todo el mundo al enorme negocio del narcotráfico y sus ramificaciones en la corrupción del tejido social. Ha tenido el mismo efecto promotor del gansterismo que la Ley Seca contra el alcohol en los Estados Unidos de los años 1920, sin aprender la lección.
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