25 ene 2021

La gendarmería se hace estos días el grandullón en los pasos fronterizos

Durante mis años de periodista transfronterizo como corresponsal en Barcelona del diario L’Independant de Perpiñán me desplazaba a menudo e intimé un poco con la psicología particular de las policías que vigilan la raya de ambos lados. Más que velar por la seguridad de todos, parecía que les molestara que la gente pasara libremente de un lado al otro, como si eso pusiera en cuestión su labor. Se acaba de producir un rebrote de aquel espíritu. El presidente Macron visitó el puesto fronterizo de La Jonquera-Pertús el 5 de noviembre y se comprometió a reforzar la vigilancia por cuestiones atribuidas principalmente a la lucha antiterrorista. Ha sido el motivo esgrimido para cerrar hasta nueva orden todos los pasos fronterizos secundarios desde el 8 de enero, por ejemplo el Coll de Banyuls, el puente del Riumajor en Maçanet de Cabrenys y otros de la Cerdanya, además de los del País Vasco. La medida resulta ridícula, dado que el tránsito en estos puntos es infinitamente más reducido y fácil de controlar que en los puestos principales, que siguen abiertos. Pero el ridículo tiene por costumbre galvanizar alrededor de estas rayas de demarcación.
El 14 de enero la gendarmería colocó bloques de cemento del lado francés del puente del Riumajor y bloques de plástico en la mitad de aquí, lo que sulfuró la susceptibilidad de la Guardia Civil. La gendarmería tuvo que desplazarlos de nuevo hacia su mitad del puente, que ahora presenta una triple barrera de bloques de cemento, de plástico y de paneles de circulación, como se observa en la foto adjunta.
El despliegue es grotesco, en carreteras locales bucólicas e inocentes donde cuesta muy poco a la autoridad hacerse el grandullón.



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