Conserva en pie desde el siglo V aC dieciséis de sus treinta y ocho columnas de estilo dórico que coronan una colina ventosa. Por la mañana el visitante se encuentra prácticamente solo, de tu a tu con la historia y la luz voltaica del cielo ático. Al caer la tarde llegan algunos autocares turísticos de Atenas por la puesta de sol, que aquí se produce con una agudeza propia.
Antes de marchar saco del bolsillo el papel y digo, conmovido, los suntuosos versos escritos en el exilio por un hombre derrotado, un supuesto perdedor (en traducción de Alfonso Costafreda):
¡Súnion! Te evocaré desde lejos con un grito de alegría,
a ti y a tu sol leal, rey de la mar y del viento:
por tu recuerdo, que me yergue feliz de sal exaltada,
con tu absoluto mármol, noble y antiguo yo como él.
¡
Templo mutilado, desdeñoso de las otras columnas
que en el fondo de tu salto, bajo la ola riente,
duermen la eternidad! Tú velas, blanco en la altura,
por el marinero, que por ti ve bien dirigido su rumbo;
por el ebrio de tu nombre, que a través del desnudo monte bajo
va a buscarte, extremo como la certeza de los dioses;
por el exiliado que entre arboledas sombrías te vislumbra
súbitamente ¡oh preciso, oh fantasmal! y conoce
por tu fuerza la fuerza que le salva de los golpes de azar,
rico de lo que dio, y en su ruina tan puro.
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