18 feb 2021

La agudeza de la luz de la mañana en el templo de cabo Súnion

Primero tendrán que inyectarnos uno o dos pinchazos, pero un día u otro rodearé de nuevo estos mármoles desconchados y lamidos por el salobre de los siglos del templo de Poseidón en cabo Súnion, como cada vez que me encuentro en Atenas y me escapo de mañanita con el autobús de línea que resigue con parsimonia los sesenta y nueve kilómetros de costa del golfo Sarónico que separan el lugar del centro de la capital. La lentitud del medio de transporte prepara el espíritu a interiorizar lo que le espera a la llegada, el minúsculo partenón solitario y grandioso, la vivacidad de la soledad de los siglos, la dignidad enhiesta y expectante de un apogeo del hombre. Recorrer de nuevo estas ruinas permite recitar a media voz el jugo de oro de los versos que Carles Riba les dedicó. Sobre el terreno, encuentro que Súnion es una réplica conforme del cabo Norfeu ampurdanés. Varios autores romanos dejaron escrito que esos recovecos ampuritanos, de navegación obligada dentro de las rutas de la época, poseían también un Afrodision o templo de Afrodita Pirenea. A diferencia del templo de Poseidón en cabo Súnion, el Afrodision de cabo Norfeu no ha sido localizado ni se han esforzado mucho en ello.
Conserva en pie desde el siglo V aC dieciséis de sus treinta y ocho columnas de estilo dórico que coronan una colina ventosa. Por la mañana el visitante se encuentra prácticamente solo, de tu a tu con la historia y la luz voltaica del cielo ático. Al caer la tarde llegan algunos autocares turísticos de Atenas por la puesta de sol, que aquí se produce con una agudeza propia.
Antes de marchar saco del bolsillo el papel y digo, conmovido, los suntuosos versos escritos en el exilio por un hombre derrotado, un supuesto perdedor (en traducción de Alfonso Costafreda):

¡Súnion! Te evocaré desde lejos con un grito de alegría,

a ti y a tu sol leal, rey de la mar y del viento:

por tu recuerdo, que me yergue feliz de sal exaltada,

con tu absoluto mármol, noble y antiguo yo como él.
¡
Templo mutilado, desdeñoso de las otras columnas

que en el fondo de tu salto, bajo la ola riente,

duermen la eternidad! Tú velas, blanco en la altura,

por el marinero, que por ti ve bien dirigido su rumbo;

por el ebrio de tu nombre, que a través del desnudo monte bajo

va a buscarte, extremo como la certeza de los dioses;

por el exiliado que entre arboledas sombrías te vislumbra

súbitamente ¡oh preciso, oh fantasmal! y conoce

por tu fuerza la fuerza que le salva de los golpes de azar,

rico de lo que dio, y en su ruina tan puro.


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