La música como arte más abstracto frente a un hecho geológico macizo, y en ambos casos la grandeza servida con naturalidad y equilibrio. Bach nació el mismo año que Händel y tienen poco que ver, la Albera forma parte del Pirineo y se distingue por la complicidad con el mar.
La audición de las suites de Bach o la contemplación de este perfil montañoso en el horizonte podrían llegar a parecer monocordes a un receptor que no captase que compendian de forma insuperada todos los acordes del mundo. También depende de la predisposición, el punto de observación, el humor del día y la calidad de la mirada.
Las seis suites bachianas para cello solo, escritas entre 1717 y 1723, consagraron por primera vez el papel solista del violonchelo, sin embargo no adquirieron relevancia más que como ejercicios de estudio hasta que Pau Casals las valoró y divulgó internacionalmente, tras ser el primero en grabarlas a partir de 1940. Por su lado, la sierra de la Albera se singulariza precisamente por la escasa altura de sus picos en términos absolutos y al mismo tiempo la esbeltez gigantesca que la escalona hasta el abrazo del mar. No me cansaría nunca de ninguna de ambas cosas, menos aun si las junto.
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