7 abr 2021

Las suites para cello de Bach y el perfil de la sierra de la Albera

Las famosas seis suites para cello solo de Johann Sebastian Bach mantienen una estrecha relación con el perfil de la sierra de la Albera, el extremo del Pirineo al zambullirse en el Mediterráneo. En ambos casos la aparente austeridad de recursos melódicos alcanza en realidad la belleza y la armonía más alta. Frente a la masa sonora de las grandes sinfonías y las grandes orquestas, frente a las cumbres más acreditadas del Pirineo, el despojamiento instrumental de les suites para cello de Bach y el perfil dulce de la Albera al entrar en el mar representan una culminación, un do de pecho, un prodigio palpitante. No depende tan solo de la partitura ni de las cifras orográficas. Hay muchísimas versiones disponibles de estas suites y muchas montañas como la Albera, aunque de hecho sean de una eminencia única. Alcanzarla con las cuatro cuerdas de un solo instrumento o con una línea de cresta declinante y a la vez tan altiva solo se encuentra al alcance de algunos fenómenos muy singulares.
La música como arte más abstracto frente a un hecho geológico macizo, y en ambos casos la grandeza servida con naturalidad y equilibrio. Bach nació el mismo año que Händel y tienen poco que ver, la Albera forma parte del Pirineo y se distingue por la complicidad con el mar.
La audición de las suites de Bach o la contemplación de este perfil montañoso en el horizonte podrían llegar a parecer monocordes a un receptor que no captase que compendian de forma insuperada todos los acordes del mundo. También depende de la predisposición, el punto de observación, el humor del día y la calidad de la mirada.
Las seis suites bachianas para cello solo, escritas entre 1717 y 1723, consagraron por primera vez el papel solista del violonchelo, sin embargo no adquirieron relevancia más que como ejercicios de estudio hasta que Pau Casals las valoró y divulgó internacionalmente, tras ser el primero en grabarlas a partir de 1940. Por su lado, la sierra de la Albera se singulariza precisamente por la escasa altura de sus picos en términos absolutos y al mismo tiempo la esbeltez gigantesca que la escalona hasta el abrazo del mar. No me cansaría nunca de ninguna de ambas cosas, menos aun si las junto.


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