Confieso dedicar algunas noches a embobarme ante el fulgor de la luna sobre el espejo del mar, festoneado por los rizos de las caracolas de espuma. Las noches de luna aun me despiertan un punto de ilusión, me ayudan a encontrar una sensación de conciliación con el lamento de la huída de los días. Contemplo la albúmina de esas noches como quien escruta un prodigio incierto, voluble, poco puntual a las citas, pero de una