2 sept 2014

El monumento a Ferrer y Guardia, confinado a la montaña de Montjuïc

Al desembarcar en la Universidad Libre de Bruselas en 1969, procedente de la Cataluña franquista, uno de mis interrogantes era por qué la llamaban Libre. ¿Libre de qué? Comprobé de entrada que nadie la llamaba exactamente así, salvo los directivos o los políticos. Era un nombre demasiado largo y enfático. La llamaban familiarmente ULB, es decir “u-el-bé”, con la pronunciación de la vocal oclusiva labial sonora francesa de la “u”, en "cul-cul de poule" (pronunciar “ou” cuando en realidad es “u” quedaba reservado a españoles y latinoamericanos fonéticamente recalcitrantes). Mi condición inevitable de español hizo que me comentasen la existencia de un monumento “español” situado a la entrada del campus, incluso que el origen de la ULB tenía alguna motivación más o menos española relacionada con el monumento en cuestión. No podía ser, por la época, la legendaria crueldad de las tropas del duque de Alba, recordada también de forma ostensible y crítica en una lápida de la Grande Place. Movido por la interrogación, me dirigí al monumento. Se trataba de un memorial dedicado desde 1911 a Francesc Ferrer y Guardia por los partidarios del libre pensamiento, quienes impulsaron la creación de la universidad de la
capital belga, nacida a iniciativa de liberales y francmasones contra el dominio de la ideología católica en la formación superior de la juventud del país, encarnada por la vecina Universidad Católica de Lovaina. La francmasonería tenía para mi una resonancia casi diabólica, en cambio allí formaba parte de la cotidianidad, como una tradición. La presencia reiterada de la expresión “libre pensamiento” había calado de manera visible.
Al pie del monumento, una peana de grandes dimensiones alzaba el bronce de una figura masculina que empuñaba una antorcha hacia el cielo. Al ser inaugurado, resonaba en Europa la campaña horrorizada contra el fusilamiento en el foso del castillo barcelonés de Montjuïc del apóstol de la Escuela Moderna, francmasón declarado culpable de instigar la quema de conventos y otros disturbios de la Semana Trágica.
Francisco Ferrer y Guardia había residido anteriormente como exiliado en Bruselas, de 1907 a 1909. Fundó allí una Liga Internacional para la Educación Racionalista de los Niños, después de haber creado la Escuela Moderna, que va operó de 1901 a 1905 en Barcelona. Se salvó de una primera condena a muerte en 1906, absuelto por falta de pruebas del delito de inducción al atentado frustrado contra Alfonso XIII y la reina Victoria Eugenia, cometido en Madrid el día de su boda por el anarquista de Terrassa y profesor de la Escuela Moderna Mateo Morral. 
No pudo escapar a la pena capital a raíz del segundo juicio sumarísimo tres años después, pese a una ausencia de pruebas similar al primero y pese a las campañas de opinión locales e internacionales contra este tipo de ejecuciones. Ni el llamamiento de Joan Maragall en el célebre articulo “La ciudad del perdón”, que Prat de la Riba no quiso publicar en el diario La Veu de Catalunya para no indisponerse con el gobierno, ni las reacciones escandalizadas de múltiples círculos europeos fueron suficientes para evitar el fusilamiento de Ferrer y Guardia el 13 de octubre de 1909, en aquella España que evocaba de nuevo la imagen de la Inquisición y la leyenda negra. Fue el “caso Dreyfus” español. 
Francisco Ferrer y Guardia pasó de apóstol a mártir de la enseñanza racionalista. Fue enterrado de forma anónima en una tumba en el suelo del cementerio de Montjuïc. Dos años después del fusilamiento, le erigían en 1911 por suscripción internacional el monumento de Bruselas, el cual conoció continuos avatares como símbolo de la libertad de pensamiento propugnada por la francmasonería. La embajada de España consiguió a los tres años de la inauguración que retirasen las inscripciones. La ocupación nazi de 1940 obligó a cambiarlo de lugar, así como también sería trasladado nuevamente en la posguerra, antes de pasar unos cuantos años en un depósito municipal. 
Las conmemoraciones del 150 aniversario de la fundación de la ULB propiciaron que en 1984 fuese restituido en un lugar digno, en el perímetro urbano del campus. Aquel día un desfile de antorchas en representación de cada facultad de la universidad creada peor los francmasones atravesó Bruselas, desde el punto periférico donde se hallaba el monumento hasta el nuevo emplazamiento. El rector Hervé Hasquin se quejó de la ausencia de representantes de la embajada española, expresamente invitados. 
El libre pensamiento, su historia e implicaciones, eran una señal de identidad de esta universidad, capaz de consolidar una alternativa de prestigio frente a la larga historia de la Universidad Católica de Lovaina. Ahora bien, puestos sobre el terreno, la oposición a Lovaina me pareció inversamente proporcional al estrecho contacto que comprobaba entre las dos masas de estudiantes, la inclinación que mis compañeros bruselenses recomendaban y practicaban hacia el ambiente louvanista, como si la universidad de Lovaina actuase de patio de recreo de la de Bruselas y viceversa. Ferrer y Guardia y su monumento formaban parte, allí, de la historia oficial. 
Aquí tardó más. El Ayuntamiento socialista barcelonés (el abuelo del alcalde Maragall se había alzado contra la ejecución del pedagogo) inauguró en 1990 el primer monumento a Ferrer y Guardia, réplica del levantado en Bruselas 80 años antes, pero lo colocó medio oculto en la montaña de Montjuïc y no en alguna plaza de la ciudad, debido a las reticencias de los bien pensantes frente a los libre pensadores. Hasta el 2010 no restituyeron su nombre en el nomenclátor de la ciudad (durante la República lo llevó la actual plaza Urquinaona), concretamente a la antigua avenida del Marqués de Comillas que discurre frente al CosmoCaixa, también en Montjuïc. En 2011 la villa natal de Alella nombró a Ferrer y Guardia hijo predilecto. Ahora también forma parte aquí de la historia oficial, ni que sea con la boca más pequeña que en el resto del mundo.

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