17 ago 2015

La vitalidad y las arrugas de la poesía de Homero, treinta siglos después

Magnífica síntesis (por el contenido y la brevedad) de Guillermo Altares en el último suplemento Babelia del diario El País sobre la ola de novedades editoriales alrededor del personaje de Homero, el poeta griego de La Odisea y La Ilíada sobre el que aun no sabemos ni siquiera si existió como individuo durante el siglo VIII aC. Los últimos treinta siglos y los incontables estudios no han sido suficientes para aclararlo, como tampoco para marchitar el interés que siguen despertando sus dos epopeyas poéticas de la antigüedad. Los aedos como Homero cantaban de ciudad en ciudad las aventuras legendarias de los héroes antiguos, del pasado lejano y mítico. La Ilíada (o poema de Ilión, es
decir Troya) no relata los años del asedio, sino un episodio de aquella guerra que dura 51 días. Tiene 12.007 versos, más lineales en lo referente a escenario y técnica narrativa que los 15.693 de La Odisea o poema de Odiseo, que es la forma original griega del nombre de Ulises, en su retorno desde el asedio de Troya a Ítaca, tras veinte años de ausencia.
Probablemente compuestos de forma oral mucho antes de ser escritos, esos poemas épicos implicaban un viejo conocimiento del arte de los versos hexámetros, los recursos estilísticos y el ritmo de la narración. La gran diferencia con las epopeyas de otras culturas antiguas radica en la ausencia de finalidad religiosa, providencial o sobrenatural. Los dioses y los héroes griegos se movían por sentimientos humanos. 
Las traducciones de La Ilíada y La Odisea han tenido mucha importancia en la formación de otras literaturas. En prosa, la traducción más valorada de La Odisea al castellano es la de Luis Segalá Estalella, publicada en Barcelona en 1910. La primera traducción en verso al catalán fue publicada en 1919 por Carles Riba, revisada en una nueva edición en 1948 y reeditada desde entonces. Utilizó un catalán literario de perfección pionera que resulta incomprensible, igual que algunos aspectos de las traducciones de Dante o de Shakespeare por parte de Josep M. de Sagarra. 
No he entendido nunca del todo la considerada mejor traducción moderna de La Odisea, realizada precisamente en mi lengua. He tenido que refugiarme en versiones de otros idiomas que he ido coleccionando. No entiendo la excelencia de Riba, su versión me resulta abstrusa, no me sirve. 
En ocasiones me he consolado con palabras de otras personas que han manifestado un problema parecido ante la magna versión ribiana y las traducciones de los clásicos en general. Al recibir Miquel Dolç el Premio Nacional de Traducción por la versión De la natura, de Lucrecio, declaró: “Cada generación necesita una traducción. Los autores vivos para siempre necesitan revisiones constantes”. Carme Serrallonga apuntó todavía más recto: “Las traducciones del griego de Riba casi no se pueden leer. Su catalán es tan griego que apenas parece catalán”. 
He consultado a lo largo de los años a filólogos de confianza para que me ayudasen a entrar en esa traducción. Lo he intentado con reiteración, pero sigo sin encontrar la gracia a su versión de una obra fascinante. Necesito una menos buena. Carles Riba produjo una versión anormalmente rica en una lengua de lectores anormalmente pobres. El resultado se hace difícilmente inteligible (en 2015 apareció una nueva traducción de La Odisea por el profesor valenciano Joan Francesc Mira). 
Ha sucedido lo mismo en cualquier lengua. Al editarse en 1985 en francés una nueva traducción del Gorgias de Platón por Monique Canto, el miembro de la Academia Francesa Jean Dutourd escribió en su reseña del semanario Le Point: "Los traductores de Platón se encuentran generalmente intimidados por la enorme estatura de este Zeus de la filosofía. De ahí derivan textos pesados, traducidos casi palabra por palabra, lo que provoca una lectura árida para quienes no saben griego antiguo. Monique Canto ha logrado algo raro y meritorio: ha olvidado que veinticuatro siglos nos separan de Platón, lo ha traducido como si hubiese muerto anteayer". 
En la reseña de Le Monde sobre la misma traducción, Rogel-Pol Droit ponía idéntico acento: "Los personajes, como en el original, tienen cada uno su tono y su estilo. Pero, sobre todo, hablan finalmente un francés vivo, próximo al nuestro, más fiel al griego que la lengua acartonada de los diccionarios académicos". 
Las últimas novedades editoriales sobre Homero comentadas en el suplemento Babelia ponen de relieve la vitalidad entre el público de un clásico que reclama una vitalidad similar del lenguaje con que lo leemos hoy.

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