Fèlix Millet |
El escándalo del caso Millet, que estalló con el primer registro judicial en el Palau de la Música el 23 de julio de 2009, no es tan solo que el encausado siga en libertad después de estafar presuntamente a la institución 35’3 millones de euros, según cifras de la Agencia Tributaria, de los que 5’9 millones quizás fueron a parar a Convergència i Unió en comisiones ilegales de hasta el 4 % abonadas por la constructora Ferrovial por las obras públicas que le eran adjudicadas por el gobierno de esta coalición en la Generalitat durante la etapa pujoliana.
El escándalo del caso Millet es que se siga
diciendo que será muy difícil saber la verdad y que vale más no intentarlo. No deja de ser bien curioso que se acabe de publicar el libro Fèlix Millet, el gran impostor (Angle Editorial), del periodista de El Punt Avui Jordi Panyella, y que comience diciendo: “Nunca nadie no podrá llegar hasta el último rincón de la trama; hay demasiadas paredes infranqueables, demasiadas bocas cerradas, demasiados intereses no confesables, demasiadas cuentas corrientes dentro y fuera del país por donde se pierde el rastro de más de 24 millones de euros que, según los cálculos parciales, se han esfumado de la primera institución cultural de Cataluña”.
Esta confesión de impotencia o de silencio se denomina en lenguaje mafioso universal omertá. Pasqual Maragall se refirió en varias ocasiones a la omertá catalana, que conoció de cerca durante su carrera política, al mismo tiempo que lanzaba a Artur Mas en la sesión plenaria del Parlament de 24 de febrero de 2005: “Ustedes tienen un problema y este problema se llama 3%”...
Cuando en mayo de 2007 el director de la revista L’Avenç, Josep M. Muñoz, le preguntó en una entrevista en qué pensaba aquel día, Maragall contestó: “Lo del 3 % venía de lejos y estaba en boca de muchos empresarios. Recuerdo incluso que Florentino Pérez insinuó en un programa de televisión que la razón por la que sus empresas no habían trabajado prácticamente en Cataluña podía tener relación con aquel famoso porcentaje. Que posiblemente era incluso más alto”.
En el libro de 2002 Els orígens del futur, ya escribía Maragall: “Ahora la burguesía catalana asiste –incluso preside-- los aniversarios de la fundación de Comisiones Obreras o del PSUC, pero todavía rige en su seno una omertá, un libro de estilo no escrito, en virtud del cual ciertas cosas no se pueden decir en la acción política”.
En el libro posterior Espíritu federal (Escritos políticos), añadía en 2009: “Tal vez debamos sacrificar aspectos aparentes de la calidad (una cierta privacidad tranquila del llamado “sosiego” mediático) si es el precio de una vivacidad mediática y política mayor. La omertá siempre ha sido confortable, pero a la larga resulta trágica”.
Después de dos años y medio de instrucción judicial y convulsión ciudadana por el carácter de la estafa, aun no sabemos nada a ciencia cierta y, encima, nos auguran que no lo sabremos. Eso me ha llevado recordar las alusiones de Pasqual Maragall a lo que él calificaba de omertá catalana, a veces con la manera oblicua a que obligaban las circunstancias y otras veces con un arranque directo. Sus palabras parecieron gordas, fuera de lugar. Transcurridos pocos años tras ser pronunciadas, ahora percibimos que tal vez quedaron cortas. La omertá sigue pesando como una losa en un terreno como la gestión pública en que la transparencia debería ser básica, elemental, inexcusable, fomentada por los propios responsables.
Público, 25 de enero del 2012
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