El Pakistán cae muy lejos, pero cada día paso ante las pequeñas tiendas de comestibles de mi barrio regentadas por pakistaníes, que ahora llaman mini-markets, con alguien frente a la caja que le echa más horas que un reloj. No fui nunca al Pakistán, pero conozco a los pakistaníes del barrio como una presencia cotidiana. Mientras compro algo, hoy les he preguntado su impresión sobre las tensas elecciones de domingo en su país y la alternancia de gobierno que han significado. Todos han declinado opinar, como si les resultase indiferente o no quisieran expresarse. Su país tiene 160 millones de habitantes y es la única potencia nuclear musulmana, vive en el caos de la
crisis económica endémica y el extremismo islámico de los talibanes. Junto a la demografía galopante, es el segundo del mundo con más niños sin escolarizar, después de Nigeria.
Me he familiarizado un poco con el Pakistán a través de esa presencia cotidiana de mis vecinos y del libro de conversaciones de la colección Diàlegs a Barcelona que transcribí entre la pakistaní residente en Barcelona Huma Jamshed y el director del Centro UNESCO de Cataluña Miquel Àngel Essomba, nacido aquí de padre camerunés. Huma Jamshed, doctorada en Química y con una larga trayectoria de participación ciudadana como dirigente de la Asociación Cultural Educativa y Social Operativa de Mujeres Pakistaníes (ACESOP) y vicepresidenta del Consejo Municipal de Inmigración de Barcelona en representación de las asociaciones de inmigrantes, manifiesta en el libro: “Todas las mujeres pakistaníes nos casamos con el hombre que deciden nuestros padres. La mujer debe montar en su cabeza una película para sentirse contenta, feliz. A partir de ahí comienza a construir su vida. De esta forma es posible que tenga éxito su matrimonio. Nuestra formación ha sido así”.
Miquel Àngel Essomba le pregunta acto seguido si piensa actuar del mismo modo con sus hijos, y Huma Jamshed responde: “No. En mi caso el matrimonio decidido por los padres salió bien, como con el resto de mis seis hermanos. Con los seis hicieron lo mismo y los seis somos felices. Pero ninguno de nosotros haremos lo mismo con nuestros hijos. Han pasado tan solo veinte años desde aquello, pero hemos cambiado de siglo”.
Mis vecinos pakistaníes que echan más horas que un reloj en las pequeñas tiendas del barrio no deben ser doctorados en Química como ella, pero estoy seguro que en alguna medida también han sentido cambiar el siglo y opinan más de lo que me han querido expresar.
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