Cuando una amable redactora de la editorial que se disponía a publicar mi libro De Carlos Gardel al tango electrónico escribió el resumen de la obra que figuraría en la contraportada, definió mi trabajo como una “tangografía”. Deduje que con aquel cuarto libro (que no sería el último) sobre historia del tango y más en particular del tango en Cataluña y España, me convertían en en algo tan horroroso como un “tangógrafo”. Los seguidores del flamenco suelen tenir una gracia muy salerosa en su lenguaje y convirtieron a los estudiosos llamados flamencólogos en flamencólicos. No me complacería ser un tangocólico, me basta con una silla chiquita de amante del tango. Lo he sido en unas épocas más que otras, dado que la vida fluctúa. En una ocasión la cantante argentina de tangos Elba Picó, residente en Barcelona, me pidió que le escribiese unas palabras para la carátula de uno de sus discos. Dije que el tango es sobre todo un baile que ha demostrado la capacidad de relevo generacional y de saltos continentales, una
música en constante evolución, una poética, una historia y el reflejo de una actitud ante la vida, todo ello facilitado por la irradiación de una cosmópolis de 12 millones de habitantes como Buenos Aires y una proyección internacional que genera actualmente milongas de tango cada semana del año en Barcelona y muchas ciudades europeas, americanas y japonesas.
Elba Picó me pidió otro texto para un siguiente disco y entonces precisé: “Elba Picó y Jorge Sarraute personalizan desde hace largos años en Barcelona el mejor tango argentino de hoy crecido en la diáspora. Las páginas compuestas, arregladas, dirigidas e interpretadas por Sarraute tienen un lugar merecido dentro de la capacidad de renovación generacional demostrada por el tango. La voz de Elba Picó es una de las más seductoras de la constelación tanguera a ambos lados del charco. Elba Picó y Jorge Sarraute no son el tango de Barcelona, son el mejor tango de ambas orillas del Atlántico”.
El bandoneonista argentino Marcelo Mercadante, asimismo residente aquí, declaraba en una entrevista de prensa: “En Barcelona el tango ya se encontraba muy presente antes de la moda de las músicas del mundo. Carlos Gardel grabó discos aquí cuando en Buenos Aires no le iba tan bien. Allá no llenaba los teatros y aquí arrasó. La sociedad argentina es una sociedad que expulsa a los talentos. En cambio, aquí y en Francia hay mucha gente dispuesta a aceptarnos”.
Más adelante, en la carátula de un disco de tangos de Sandra Rehder, acompañada por Pablo Mainetti al bandoneón y César Angeleri a la guitarra, leí con sorpresa: “Dedico este disco a Xavier Febrés, por enseñarme tanto, por el amor y el incansable entusiasmo que contagia las ganas de hacer, de aprender más en este viaje de vivir y amar al tango, parafraseándole, con la intensidad de una fe probada”.
La discografía y la bibliografía del tango tienen la longitud oceánica del Río de la Plata, el horizonte infinito de la pampa y su misma riqueza en emulsión, lejos de las dimensiones de los microscópicos países europeos. La geografía del Viejo Continente cabría en cualquier provincia austral. Allí los fenómenos culturales, igual como los naturales, se asientan sobre un insólito grosor de materia prima, una escala métrica distinta. El Nuevo Mundo creció con el ímpetu, la rapidez y la ligereza propios de su edad, de aquella fase fugaz en que la naturaleza parece regalarlo todo.
Conservo en casa una reducida colección de más de 200 libros sobre tango, además de los discos. Algunos días todavía escucho a Gardel, Troilo, Pugliese, Piazzolla, Salgán, el “Polaco” Goyeneche, el “Chino” Laborde o Ariel Ardit. Otros días me pongo folklore argentino, clásico o actual, y compruebo que contiene tanta creatividad y belleza como el tango.
La cantante Nelly Omar, la “Gardel con polleras” (dicen que Homero Manzi escribió para ella el celebradísimo “Malena”), festejó en 2011 sus 100 años de vida cantando ante una multitud en el mítico escenario del Luna Park de Buenos Aires, donde yo había escuchado en persona años atrás a leyendas vivas del género como Alfredo de Angelis o Alberto del Castillo. Aquel día del concierto de su centenario, Nelly Omar declaró: “Me gustaría volver a enamorarme”. Ha muerto en Buenos Aires en diciembre de 2013, a los 102 años.
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