Cualquier seguidor de la música latina en Barcelona tiene probabilidades de haber escuchado alguna vez en el escenario, sin saberlo, al flautista y cantante argentino Pablo Andrés Giménez. Se le conoce por su discreción y por la cantidad de grupos musicales en los que participa, así como las colaboraciones con otros cantantes. Ahora, tras siete años de trabajar en Barcelona en aquellas condiciones, se ha decidido a protagonizar un concierto de su propia cosecha, con la colaboración de un puñado de sus numerosos colaborados. Tuvo lugar el pasado viernes en el auditorio del centro cívico Parc Sandaru de
Barcelona, patrocinado por Casa América. La flauta (la panoplia de flautas que domina Giménez) no es un instrumento menor en el folklore argentino, sin embargo consagrarse como intérprete en los escenarios con este instrumento resulta menos usual. En el caso de Giménez ayuda su condición simultánea de erudito, divulgador y persona ubicua. Probablemente uno de los primeros instrumentos con que el hombre primitivo hizo música fue una flauta de caña. En la antigua Grecia su sonido se asociaba a Dioniso, el dios del vino, el teatro y la fiesta.
Barcelona, patrocinado por Casa América. La flauta (la panoplia de flautas que domina Giménez) no es un instrumento menor en el folklore argentino, sin embargo consagrarse como intérprete en los escenarios con este instrumento resulta menos usual. En el caso de Giménez ayuda su condición simultánea de erudito, divulgador y persona ubicua. Probablemente uno de los primeros instrumentos con que el hombre primitivo hizo música fue una flauta de caña. En la antigua Grecia su sonido se asociaba a Dioniso, el dios del vino, el teatro y la fiesta.
El folklore argentino también puede parecer un género antiguo o minoritario, aunque no lo sea. Todas las músicas son clásicas, cultas y grandes cuando están bien hechas. Esta ofrece una crin de raíces vibrantes, un pozo genético sin fondo, una voz telúrica capaz de abrir los mares misteriosos de la belleza y brindarlos a los oyentes de hoy con unas armonías y unos ritmos nacidos a menudo de la pobreza y lo mínimo para alcanzar las cumbres más sutiles de la grandeza.
Todos los países tienen su folk, sus folkloristas, su “world music”, sus tradicionarius. Algunos lo han renovado con especial agilidad y entonces los jóvenes lo han hecho suyo, a su manera, con sus nuevas composiciones. A veces le llaman post-folk, pero no es necesario. En Argentina ya dio genios regeneradores de la talla de Carlos Guastavino, Atahualpa Yupanqui, Eduardo Falú o Gustavo “Cuchi” Leguizamón, entre otros. Ahora irrumpen estos jóvenes, en el propio país o en la diáspora, como Pablo Andrés Giménez en Barcelona.
El folklore argentino ha tenido y tiene practicantes en los escenarios barceloneses, por caminos musicales poco coincidentes con el tango (sin entrar ahora en el resto de países andinos, Brasil o el Caribe). Entre la generación de argentinos arribados en los años 70, los guitarristas y cantantes Esteban “Rabito” Vélez, Julián Córdoba, José Antonio “Coco” Ruffa, Donato “Tito” Cava, Carlos Padula, Ernesto Laíño, Juan Ramón “Negro” Roldán o Carlos Alberto “el Pampa” Bustamante, los contrabajistas Jorge Sarraute y Horacio Fumero, el pianista Martín Fernández o posteriormente los guitarristas Gustavo Battaglia o Jorge Blengini.
Entre la joven generación del “corralito” llegada alrededor de 2001, Pablo Andrés Giménez, los guitarristas Guillermo Rizzotto, Guillermo Gómez, Mariano Olivera o Martín Laportilla, los percusionistas Pablo Cruz o Salvador Toscano, los pianistas Mariano Camarasa o Alejandro Di Costanzo, así como las voces de Gisela Baum, Ana Rossi, Joana Zohler, Cecilia Ledesma, Rocío Faks, Sandra Rehder, y me dejo. Se han incorporado intérpretes de aquí (busquen en You Tube la “Zamba para no morir” cantada por Mayte Martín junto a Elba Picó) como Iñaki Hernández, Joan Ramon Gracieta, Aleix Tobias Sabater, Luisa Atauri o Olga Román (esta última presenta en la sala Luz de Gas el 14 de marzo su nuevo disco “De agua y laurel”, homenaje al “Cuchi” Leguizamón). Y fuera de los escenarios puedo asegurar que he entrevisto la puerta del cielo de esta música durante las sobremesas de algunos “asados” barceloneses, cuando han agarrado la guitarra y se han puesto a cantar folklore amigos como Juan Carlos López, Luis Rajmil, Horacio Gaggioli y otros.
No puedo estar de acuerdo con el capítulo “La invención del folklore” del musicólogo y crítico musical argentino Daniel Fischerman en su reciente libro Efecto Beethoven: “Resulta ejemplar, en este sentido, la manera en que un grupo de músicos y poetas ligados a las aristocracias provincianas del tradicional e hispanista noroeste argentino crearon, en los fines de la década de 1950 y a partir de algunas formas supervivientes de las músicas rurales, un nuevo género, de gran sofisticación, al que llamaron folklore”.
Comparto la sana inclinación a fomentar el debate, incluso recurriendo a un revestimiento erudito de datos y referencias entrecruzadas, pero las cosas de la realidad son más matizadas. Basta con escuchar a Pablo Andrés Giménez como muestra.
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