En los hoteles de Rio de Janeiro se paga suplemento por las habitaciones con balcón sobre la playa de Copacabana. Muchos de los clientes que lo abonan sin conocer previamente la ciudad se extrañan al encontrarse con una playa completamente urbana, flanqueada por la céntrica y ruidosa Avenida Atlántica y el concurrido paseo del Calçadao. Pero si utilizan el balcón con un mínimo espíritu de observación, entonces pueden llegar a presenciar el mayor espectáculo del mundo, con un programa muy variado según las horas del día y de la noche. La Avenida Atlántica se adapta al trazado sinuoso de la playa de Copacabana con las
anchas aceras del famoso Calçadão, la calzada que actúa de centro de gravedad de Rio. Por la mañana el Calçadão se convierte en un gran gimnasio ciudadano al aire libre, con una visible cantidad de personas que hacen ejercicio desde primera hora. Por la tarde el mismo espacio se transforma en bulevard de paseo. Por la noche los mitos se desnudan con una brutalidad agria y el top manta de la industria zoológica despliega a centauros perfumados, sirenas hormonadas, borrachos comunes o de paso, mendigos acartonados, pederastas irredentos, aprendices de mafioso, donantes de sangre imprevistos y astrólogos sin cielo, todos ellos sorprendidos en algún punto errático entre el amor y la muerte, entre el sexo y las balas.
Al cabo de pocas horas, con la salida del sol, se despierta el río fresco del jugo de mango recién exprimido, los dados de papaya recién abierta y el café recién molido, pero por la noche lo que discurre con fluidez es la droga y la silicona, mientras las armas blancas y las negras reverberan al claro de luna. Desde el balcón parece un juego y es una guerra.
Sin abandonarlo se entiende asimismo el papel omnipresente del agua en Rio: la playa, los lagos urbanos, la lluvia repentina. En el país del verano climático permanente, la tromba acuosa alterna en pocos minutos con el sol radiante o la noche despejada y el cambio produce un vaho da ámbar en la atmosfera, un cielo nacarado de opalina. Caen gotas del tamaño de un grano de uva, cada una de las cuales parece un argumento y es capaz de deslizarse sobre la piel del transeúnte como una anguila. Cualquier chaparrón perturba el cielo de golpe, escenifica la apocalipsis por un rato y deja un olor de fango mezclado con cerveza y gasolina.
El arquitecto carioca Oscar Niemeyer, reconocido mundialmente como maestro de la curva, relacionaba la especialidad con las curvas corporales de las mujeres del país. Sus memorias se titulan As curvas do tempo. A los 98 años mantenía el estudio de arquitectura abierto en esta Avenida Atlántica, junto con sus hijos y asociados, con los ventanales asomados a la playa de Copacabana.
En la ciudad de curvas legendarias, la más célebre es el perfil de la bahía de Copacabana, una de las playas más reputadas del mundo. La gloria de Copacabana, su imagen universal, no le viene dada solo por el clima, la geografía, la arena blanca de talco, las aguas azul turquesa o los cuerpos ebúrneos de revista ilustrada, sino por el volumen de urbanismo innovador que concentra. Aquí la conquista de la playa no consistió en el reencuentro bucólico con un mundo primitivo de pescadores y marineros, sino en una expansión urbana cargada de vocación de modernidad.
El viejo centro colonial de Rio perdió el protagonismo ante los nuevos barrios de la playa, convertidos en símbolos del deseo social de progreso. La playa representaba el dinamismo de la ciudad, la renovación, la internacionalización, el ágora de la modernidad, el contraste con el pasado, la liberación del dogal histórico, la euforia de futuro. Los cariocas vivieron ese espíritu en bañador, bronceados y orgullosos del culto al cuerpo, entre papagayos, tucanes, flores tropicales, plantas carnosas, cocoteros y aroma de guayaba, pero en pleno centro urbano, a la sombra de los rascacielos y de los morros o cerros de las favelas.
La primera vez que Rio perforó un de sus morros fue para unirse al mar abierto, fuera de la bahía histórica de Guanabara. El Túnel Velho en 1892 y acto seguido el Tunel Novo en 1904 borraron la barrera del Morro da Babilônia, para llegar en tranvia eléctrico hasta las playas desiertas, ocupadas tan solo por pequeñas fortificaciones diseminadas contra las invasiones piratas del siglo XVIII y cuatro palhoças de pescadores. La playa de Copacabana batió el primer récord de público un domingo de verano de 1859. Un historiador contó 75 personas en la arena, cuando Rio tenía apenas 200.000 habitantes.
Hasta entonces los cariocas no iban a la playa. El bronceado era un distintivo vulgar de los trabajadores manuales. La gente educada se mostraba orgullosa de la piel blanca. La playa siempre había sido una diversión de los pobres. Hasta el día en que la extravagante diva Sarah Bernhardt, que se encontraba en gira de actuaciones en Rio, fue vista durante horas seguidas tomando el sol en la arena. Era un hecho absolutamente inédito entre personas honradas.
A continuación dibujaron las calles. Siguiendo la nueva moda burguesa europea de los baños de mar, los ricos empezaron a construir torres de veraneo. La clase media se apuntó con los primeros bloques de apartamentos. En 1906 ser abrió la Avenida Atlántica, adaptada al trazado de la playa, con las anchas aceras que se acabarían convirtiendo en el Calçadao. Toda la gente acomodada de Rio que podía se trasladaba a vivir a Copacabana, el barrio de moda como lugar de transformación de tendencias. Hoy la playa de Copacabana y la adyacente de Leme suman la más alta concentración de hoteles y apartamentos de Latinoamérica, a lo largo de los cinco kilómetros de la Avenida Atlántica.
Las barracas de ocho favelas distintas se asoman a los lujosos edificios de Copacabana. Esporádicamente grupos de jóvenes delincuentes bajan de las favelas y atacan al capital turístico del Brasil con robos y cuchillazos en la arena de la playa. Las razias del arrastão o arrastões (con el nombre de la pesca de arrastre utilizada de un vuelo de langostas, en grupos de veinte o treinta muchachos de las favelas que "peinan" un sector de la playa y roban las posesiones de los bañistas, antes de darse a la fuga y diluirse por los alrededores.
Un pacto imperfecto establece que, en general, los favelados no bajan a molestar a los residentes del asfalto y la policía no sube a molestarlos a los morros. Pero se producen excepciones. Estas excepciones son la punta del iceberg, el choque espasmódico entre pobres y ricos que comparten la ciudad, en sectores diferentes pero cercanos. Rio es una de las ciudades más violentas del mundo.
Por lo general en la playa de Copacabana reina la calma. Se ven algunos de los cuerpos más gloriosos del planeta, mientras el observador sorbe un côco gelado, paladea unes gambas a la brasa en los chiringuitos de la arena o bien, sin moverse de la toalla, bebe un limãozinho o un agua de côco servida por los vendedores ambulantes. De vez en cuando pasa algún agente en bermudas de la Tourist Police, el departamento especial de asistencia al turista, acostumbrados a correr descalzos por la arena y a hablar idiomas.
Los kioscos de comida sirven durante las veinticuatro horas frango a passarinho (pollo frito), bolinho de bacalhau (croquetas de bacalao) y, por descontado, agua de coco, coco helado y caipirinha. Al otro lado del Calçadao se despliegan centenares de bares y restaurantes.
Los domingos cierran una de las vías al tránsito para ponerla a disposición de los deportistas, corredores de jogging, ciclistas y patinadores. En 1985 plantaron los coqueiros, las palmeras que forman en la arena pequeños oasis de avara sombra. La gran cantidad de deportistas, paseantes, bañistas o simples mirones del Calçadao no alcanza a igualar la de vehículos en ruidosa circulación, auténticos protagonistas de un paseo marítimo convertido en vía rápida a la orilla de playa, dentro de la tendencia universal a la invasión del espacio por parte del coche, cuando no se le pone freno. En Rio las distancias son largas, el tránsito denso, la contaminación elevada y el transporte público precario.
El punto de orientación que utiliza todo el mundo para identificar cada tramo de la kilométrica playa es el número de los postos de salvamento, convertidos en piedras miliares de la bahía. Se trata de pequeñas edificaciones de tres plantas con servicios públicos para bañistas y paseantes. Designan cada barrio más que ninguna otra indicación. A mediados de los años 80 los modernizaron u numeraron de nuevo. El situado frente al hotel Sol-Ipanema pasó a llamarse Posto 9, el Posto Nove más célebre de todos, com una marca genérica.
El diseño de ondas sinuosas del empedrado de las aceras que hoy identifica al famoso paseo marítimo del Calçadao fue obra en 1906 de los mosaístas, empedradores o calceteiros portugueses, hecho con piezas de calcita blanca y basalto negro. El dibujo del pavimento no fue aplicado con la actual ondulación pronunciada ni con los actuales contornos delineados, fruto de la ampliación del paseo en 1971 por parte del arquitecto Roberto Burle Marx, el paisajista inventor de nuevas armonías, otro apasionado de la línea curva como su colega Oscar Niemeyer.
Roberto Burle Marx ya había diseñado en Rio el gran parque del Aterro de Flamengo frente a la bahía de Guanabara. En Copacabana amplió la faja de arena de la playa con terreno ganado al mar, aumentó la anchura del paseo de peatones y las calzadas de tránsito rodado, colocó grupos de árboles de floración alterna en los espacios que dejaban disponibles las numerosas servidumbres de paso de los garajes de los edificios y decoró las aceras laterales con motivos inspirados en tatuajes indígenas. Pero el principal acierto de Burle Marx fue tener la elegancia y la humildad de no pretender cambiar el viejo diseño portugués del pavimento del Calçadao, sino adoptarlo y potenciarlo. Hoy es una de sus obras más celebradas internacionalmente, dentro de un amplio catálogo de trabajos de urbanismo, arquitectura, diseño e ingeniería de jardines.
La minoría de amantes de esta ciudad que somos madrugadores recalcitrantes nos asombramos de la manera como el Calçadao se convierte cada día a partir de les seis de la mañana en un gran gimnasio al aire libre. El ayuntamiento ha instalado aparatos de gimnasia bajo los cocoteros y trazado en la arena campos de fútbol o voley, el deporte de moda desde que Brasil ganó la medalla de oro el los Juegos Olímpicos de Barcelona. Por la noche la playa se encuentra iluminada por reflectores y la policía ronda de vez en cuando, aunque eso no garantiza gran cosa.
Esta playa ostenta varios récords mundiales nocturnos, por ejemplo el de concentraciones humanas en fechas señaladas. Cada noche de Fin de Año reúne a dos millones de persones que cubren de flores y de minúsculas barquitas con velas la orilla del mar para saludar Iemanjá, la reina de las aguas saladas. Festejan y contemplan la queima de fogos, el castillo de fuegos artificiales en el cielo de una de las bahías más luminosas del mundo. El ayuntamiento monta gradas para el show anual del reveillon. La gente acostumbra a acudir vestida de blanco.
También mantiene la plusmarca planetaria de asistentes a los conciertos "mais grandes do mundo". El Libro Guinness de los Récords le reconoce la primacía universal en materia de audiciones multitudinarias, en ambas modalidades de conciertos gratuitos (3'5 millones de personas en el de Rod Stewart la noche de Fin de Año de 1994 en Copacabana y 1'5 millones en el de los Rolling Stones en vísperas del Carnaval del 2006), así como en la modalidad de concierto con entrada de pago (184.000 localidades vendidas por Paul McCartney en 1990 en el estadio carioca de Maracaná). En el mismo instante de concluir esos conciertos, ya se venden las camisetas con la fecha, el nombre del artista y la frase "Eu fui" (Yo estuve).
Copacabana también es, por la noche, un centro mundial de prostitución destinada a turistas. De día prolifera en el Calçadao la economía informal de los vendedores ambulantes. Por la noche aparece otra populosa economía informal. Se produce un dudoso relevo humano y recomiendan no caminar cerca de la playa, donde el imperio de la ley fluctúa por épocas, según el interés y los medios que pongan las autoridades. El día y la noche de Copacabana, desde la tribuna del balcón con suplemento del hotel, pueden ser el mayor espectáculo del mundo real.
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