Fuimos este fin de semana hasta el extremo oriental del país, al espolón del faro del fin del mundo en el Cap de Creus a escuchar el viento, repasar el manual de la geografía poblada de bellezas y peligros, hacer provisión de matices, probar el sabor de los ímpetus cansados, vivir el paisaje entreverado por las calas pespunteadas de olivares, hacer crujir entre los dedos el caparazón de una cigala con lasciva delicadeza, sentir entre los brazos la tierra lamida por las olas y contemplar las rocas cinceladas por la dentellada de una geología estremecida de pizarra y esquisto renegrido, con aristas violentas como un puñetazo y también abrigos amables, paradisíacos, filigranados. Aquí todo tiene la fisonomía de un cabracho coriáceo,
así como su carnosidad sabrosa.
Los exvotos marineros ahora tienen forma de chalets sin muchos más dioses protectores que un Poseidón de humor bipolar, más mitos que los clichés de la última hornada ni más héroes que los camareros de temporada dedicados a servir a la flota pirata y la corte asociada de nereidas, generalmente insensibles al salobre que impregna el código genético del lugar. A Ulises le costaría reconocer esta Ítaca que de algún modo trastocado sigue siendo su destino, su puerto de llegada en el mismo mar de los antiguos griegos, nunca derrotados del todo por la fuerza del imperio persa.
Aquí y hoy el desenlace de la batalla de Salamina todavía es incierto y algunos guerreros del último contingente velamos de noche en el desfiladero de las Termópilas por amor a la libertad, como si ignorásemos lo que nos espera mañana frente a la escuadra desplegada de adoradores petulantes del becerro de oro, los bárbaros capaces de echarle crema de leche a la paella o desfilar por la cubierta del yate con chanclas de 500 euros desapareadas. “Cadaqués habla muy poco y, cuando habla, habla en griego”, le decía Dalí a Buñuel en una carta de 1926.
Lo griego en Cadaqués es somático, no leyenda. El local de moda, la coctelería Boia Nit, es un invento de Manel Vehí Mena, hijo de Pere Vehí Contos y tataranieto del buzo coralero Costas Kontos, que se estableció en Cadaqués procedente de la isla griega de Symi, al norte de Rodas, en el Dodecaneso.
Releo a Homero en el camino del Jonquet, en el hostal de Chris Little en Cap de Creus o en la terraza del bar Boia, del Melitón o del Marítim y le encuentro más sentido que a muchas páginas de La Vanguardia o de la revista Hola, que el diario brinda en oferta los sábados por 1 euro. Cabalgo con la mirada más allá de la Massa d’Or, Es Cucurucuc y S’Arenella y hallo el campo de batalla de los afanes particulares, la épica del día a día, la belleza de la libertad posible, la grandeza del empate, el orgullo de pertenecer a este mar y el miedo a perderlo.
No me aferro a ningún localismo, sino a una cosmogonía que remonta a los aqueos, los feacios, los foceos. “El Mediterráneo no cesa de contarse a sí mismo, de revivir en sí mismo”, escribe Fernand Braudel. Sigue siendo el espejo de mis deseos, el clamor fragoroso de mis dudas, el lecho de mis sueños, las alas de mi apetencia que centellea bajo el cielo irradiado por la energía de la tramontana. Por eso hemos venido a repasar la lección. O sencillamente porque no hay nada más hermoso que lo que se ama con motivo o sin él, con palabras justas o sin ellas.
Al atardecer compareció una luna llena principesca que brillaba sobre el mar con un fulgor liso y carente de dudas, como para festejar que el sábado cumplía 90 anys el cronista local Heribert Gispert, el de la tienda de los diarios. El viernes por la noche asistimos al concierto de Julián Córdoba, que regentó en Cadaqués con la esposa Cristina y el hijo Lautaro la inolvidable pizzería Boliche. Presentó su libro-disco La endecha sudaca y otros poemas, acompañado por el bandoneón de Juan Carlos López y la guitarra y flautas de Horacio Ortega. La actuación tuvo lugar en el céntrico bar-restaurante Can Shelabi, que también es propiedad de Chris Little.
A la salida seguía brillando, orgullosa y soberbia, la “Lunita de Cadaqués” que canta Julián Córdoba a ritmo de zamba con su poderosa voz de mediterráneo austral, de Ulises de siempre:
Lunita lejana que el ancho mar
envejeces alumbrando,
plateando sus aguas en la noche clara
como hicieron conmigo el tiempo y los años.
Me habló de vos Atahualpa
y en la cordillera, como un espejo,
te astilló en un verso el cantor errante
que bajó a tus valles con su misterio...
Lunita lejana que el ancho mar
envejeces alumbrando,
plateando sus aguas en la noche clara
como hicieron conmigo el tiempo y los años.
Me habló de vos Atahualpa
y en la cordillera, como un espejo,
te astilló en un verso el cantor errante
que bajó a tus valles con su misterio...
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