14 jun 2017

Los humanos somos monos africanos adornados, dudosamente evolucionados

La noción de “prehistórico”, “primitivo” o bien “civilizado” es muy relativa. La definición depende de la mentalidad de cada época. Creer que los humanos somos la raza más desarrollada porque hemos dominado a las demás resulta muy dudoso. El hombre no desciende de los monos, es un mono. El Homo sapiens se diferenció de los otros monos por la capacidad exclusiva de hablar, construir frases y juntarlas para expresar ideas. Los otros simios (gorilas, chimpancés) tienen memoria, pueden aprender unos centenares de palabras, pero no elaborar frases nuevas. Algunas pájaros poseen cincuenta cantos distintos y cada uno de esos cantos expresa un sentido, una información, pero no saben combinarlos. Tienen lenguaje, no gramática. Los
científicos confiesan no disponer de explicación sobre por qué el cerebro de los humanos tiene más capacidades que el de las demás especies.
En el planeta Tierra se produjo un fenómeno particular: la vida, es decir la secuencia de la materia inerte a la materia viva y, finalmente, la materia pensante. 
Sin embargo la definición del género Homo y sus especies sucesivas (habilis, erectus, sapiens) no deja de ser una convención científica para clasificar un panorama lento y complejo, durante el que se solaparon gradualmente especies de homínidos más primitivas con las más evolucionadas. 
La formación de la masa condensada del planeta Tierra remonta a 4.470 millones de años. La aparición de los primeros simios a solo 70 millones de años y de los primeros homínidos a 8 millones de años y los primeros erectus a dos millones de años. Pero de los primeros Homo sapiens –nosotros—hace apenas 100.000 años. 
Los llamados cazadores-recolectores vivían de lo que pillaban: caza, pesca, vegetales. Hicieron la primera lenta aparición en el este de África, antes de empezar a desplazarse hacia el Próximo Oriente, el Mediterráneo y Europa. Por lo tanto no solo somos originariamente monos, además monos africanos. 
El siguiente salto cualitativo, la mutación mayor se produjo hace 10.000 años con la llamada revolución neolítica, mucho más determinante que la revolución industrial del siglo XIX o la actual revolución de Internet y la inteligencia artificial. Consistió en domesticar la naturaleza: los cultivos agrícolas, la ganadería doméstica y por consiguiente la sedentarización en los poblados y la aparición de nuevas herramientas y técnicas. Una vez más, el salto cualitativo se registró en el Próximo Oriente mediterráneo, desde donde avanzó hacia Europa y otras direcciones. 
En esencia, los hombres primitivos no eran más primitivos que nosotros, pese a la modesta fase de desarrollo. En las poblaciones estables se consolidaron les jerarquías, les religiones, pronto los ejércitos, los palacios y los primeros imperios en Mesopotamia el 3.800 aC. 
La vida en común de los humanos adquirió una complejidad cultural, política y económica que no cesaría de aumentar. Pero interpretarlo como una hegemonía beneficiosa para todos sigue siendo discutible, cada vez más discutible a medida que avanzan los conocimientos.
En lo que ha avanzado menos la humanidad es en humanidad. El papel de vencedor se acerca demasiado al de destructor.
En el libro colectivo La historia más bella del hombre. Cómo la Tierra se hizo humana (Ed. Anagrama, 1999), el genetista André Langaney opina: “¿Qué significa progreso? Si razonemos en términos de genética, las algas y las mariposas han desarrollado más ADN que nosotros. Si se trata de la masa alcanzada por una especie, entonces los gusanos han tenido más éxito que los humanos. Es posible que en ciertas épocas otras especies transformasen la naturaleza más que los humanos. Las primeras plantas cambiaron la composición de la atmosfera, introduciendo oxigeno, lo que disparó el desarrollo de la vida. Valdría más comprender las razones por las que los humanos tratan con mayor frecuencia combatirse que cooperar y ponerle remedio: ese es un proyecto fabuloso para el nuevo milenio”.

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