La Venus del escultor nord-catalán Aristides Mailol, colocada a una altura tentadora frente a la rambla de la Lonja de Perpiñán, siempre ha sido diana de bromas y demás grafitti garabateados con nocturnidad. Para evitarlo, los técnicos municipales tuvieron la brillante e inútil idea de rodear la estatua con poderosos cactus de pinchos, que es como aparece ahora. Se alza justo enfrente del edificio histórico más valioso de Perpiñán, el do de pecho del gótico civil catalán que es la Lonja de Mar. Perpiñán era la segunda ciudad en dimensiones poblacionales de Catalunya cuando su Lonja empezó a construirse el año 1388, en un destacado estilo gótico similar a las de Valencia y Palma de Mallorca. Eran el centro de contratación del tráfico marítimo que nutría la riqueza de esas ciudades. A ambos extremos de la pequeña rambla de la Lonja, con las mesas de café desplegadas, se contemplan sendas estatuas de Aristides Maillol, la Venus y Mediterrània en el patio del Ayuntamiento. Son los mejores hitos que podía tener. La vida acaba siempre por imitar al arte y hoy se identifica a Maillol con una determinada silueta de mujer. A la muerte de Auguste Rodin en 1917, Maillol entró en su período de
gloria como primer escultor monumental francés, que equivalía entonces a la primacía mundial. Combinó desde los 21 años la lucha en los medios artísticos parisinos con el arraigo en la tierra natal de Banyuls, en el último rincón del territorio catalán incorporado a Francia en 1659, dotado de un paisaje “griego” al que siempre regresaba como a la fuente. Nada en Maillol escapó a esta doble pertenencia.
gloria como primer escultor monumental francés, que equivalía entonces a la primacía mundial. Combinó desde los 21 años la lucha en los medios artísticos parisinos con el arraigo en la tierra natal de Banyuls, en el último rincón del territorio catalán incorporado a Francia en 1659, dotado de un paisaje “griego” al que siempre regresaba como a la fuente. Nada en Maillol escapó a esta doble pertenencia.
Una de las obras que le exigió más tiempo, hasta las líneas definitivas en dos versiones distintas, fue la Venus del collar o simplemente Venus, con la única diferencia del collar añadido al gesto de las manos alzadas. En 1918 terminó el torso. La pieza quedó inconclusa durante diez años, antes de su presentación en el Salón de Otoño parisino de 1928.
El crítico de arte Alexandre Cirici Pellicer encontraba a esta Venus "de una plenitud somática y una paz mental perfecta" y la biógrafa Judith Cladel la calificaba de "luminosa y airosa como una columna griega, simple como la belleza segura de sí misma, augusta y familiar, con el orgulloso candor de la juventud que se sabe victoriosa por adelantado. Es una diosa, pero por encima de todo una mujer creada para el amor y el deseo".
El escultor ganó su primer millón de francos con la venta de los diez ejemplares del tiraje de esta obra. La Venus del collar se admira hoy en la Tate Gallery de Londres, el Museo de Bellas Artes de Zurich, el Museo de Bellas Artes de Lyón (donde el collar originario se ha visto suprimido), el Museo de la Ciudad de Saint-Louis y en distintas colecciones privadas.
La Venus sin collar se encuentra en la Kunsthalle de Bremen, el Museo Toulouse-Lautrec de Albi y, sobre todo, en pleno centro histórico de Perpiñán, donada por el hijo del artista en 1949, instalada al año siguiente en la plaza de la Lonja y convertida desde entonces en uno de los emblemas de la Ciudad, incluidas las bromas.
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