27 jul 2018

El televisor o el idiota de la familia

Ver nacer la televisión en las casas particulares representó uno de los fenómenos más fascinantes y adictivos mi infancia, aunque ya entonces pareciese sospechoso el vivo interés del ministro de Información del gobierno de Franco, Manuel Fraga Iribarne, en repartir televisores subvencionados a todos los centros de reunión social de pueblos y ciudades del país. Pronto ya no fue preciso subvencionarlos. La operación siguiente consistió en debilitar la televisión pública y fomentar los canales privados. El último consejo de ministros del gobierno socialista de Rodríguez Zapatero aprobó en 2011 la fusión por absorción de Antena 3 (Grupo Planeta) con Telecinco (Mediaset, Berlusconi), de modo que estas cadenas privadas pasaron a controlar el 51,9% de la audiencia y el 85,4% del mercado publicitario televisivo. Se trató de la privatización de un sector a pleno rendimiento. La berlusconiana Mediaset también intentó implantarse como accionista mayoritaria de La Cinq en Francia y Telefünf en
Alemania, pero allí no le resultó tan fácil.
En la televisión mayoritaria de hoy --de rebote también en la radio y la prensa escrita-- todo se presenta fragmentado, de forma a embutir la publicidad en los intersticios de la programación. La publicidad se ha convertido en el espacio central encubierto. Una vez colocada la publicidad, resulta difícil a los periodistas mostrar la secuencia y la complejidad de las cosas que ocurren, resumirlas de forma comprensible dentro de las cuadrículas subsistentes. 
La razón de ser de las cosas que ocurren ya no interesa a los grandes medios de comunicación, solo cabe su flash simplificado, aislado de las causas y las consecuencias. La información puede trocearse para comercializarla, el saber no tanto. Informarse es recibir datos, saber es entenderlos y convertirlos en conocimiento personal. 
El objetivo ya no es que la gente entienda, solo que consuma con rapidez. Ha quedado establecida la fiebre de la rapidez y la instantaneidad en la difusión de las noticias, como si saberlas pocos minutos después de producirse fuese un valor principal. Se ha convertido en un consumismo de usar y tirar titulares, en vez de asimilar lo que cada información pueda tener de importante. La noción de reflexión o análisis se ha visto asociada al aburrimiento, la lentitud se ha visto ridiculizada.
La televisión no es intrínsecamente perversa, es fácilmente perversa. La distancia entre una cosa y la otra es la que establece el grado de civilización de cada sociedad, el equilibrio de cada momento entre la presión de los negocios y el interés colectivo que deberían defender los representantes elegidos para hacerlo. Aquella novedad que vi nacer en los domicilios particulares durante mi infancia se ha convertido en el punto focal más absorbente de esos domicilios, sin dejar de ejercer la misma fascinación, la misma adicción. Ha generado negocios fabulosos, dèficits públicos similares y una idiotización interesada.

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