Algunas mañanas de apetito más despierto siento la clara convicción de que el auténtico Tapiz de la Creación de Girona no es el famoso bordado de lino y lana de 4,5 metros de longitud, tejido el siglo XI con escenas bíblicas que recibe cada año 220.000 visitantes en la catedral de la ciudad como obra maestra medieval. Otro mural gerundense me conmueve con la misma intensidad: la pared del bar-restaurante Ca la Trini que enumera su prodigiosa oferta culinaria, disponible de las siete de la mañana a las siete de la tarde sin interrupción. Hasta hace poco era un muro de color negro con los platos escritos a tiza, ahora acaba de mejorar el diseño, sin ceder en ninguno de sus
principios. Cualquier plato de la lista es servido a la mesa a cualquier hora por las hijas de la casa, Ester (en la foto) o Aida Berenguer García, con una cadencia rumbosa y una sonrisa luminosa que abre más aun el apetito. Una cocochas de bacalao a la plancha o unos riñones al jerez són perfectamente posibles cada mañana.
El establecimiento de cocina casera lo abrieron en Vilablareix los padres, Josep Berenguer y Trini García. Ahora se encuentra ampliado y renovado más cerca de Girona, al pie de la carretera que conduce a Santa Coloma de Farners, en el polígono industrial Mas Xirgu. Dispone de huerto propio y una pérgola lujuriosa.
El refrán recomienda desayunar como un rey, almorzar como un miembro de la pequeña nobleza y cenar como un mendigo. El desayuno es la comida del día que me apetece más, tal vez porque soy mañanero y huyo de las aglomeraciones propias de las horas más hechas y generales. Hablo de desayuno de tenedor, claro está.
Los buenos restaurantes de carretera, sobre todo aquellos que mantienen la cocina abierta a la hora del desayuno, son una empresa familiar en peligro de extinción que debería recibir todas las atenciones de salvaguarda y promoción, más aun cuando se benefician del relevo generacional. Cada día son más escasos, quizás porque una parte del valor de la vida radica en la incerteza, la fragilidad y lo imprevisto, mientras la voluntad y el deseo se ven condenados a errar, resistir, esperar.
Por cada momento complacido se dan otros contradictorios. Los desengaños conducen a la verdad, no a la desilusión, si se pone el estado de ánimo necesario para renovar la apuesta, la vigorosa esperanza, la disposición a sentir de improviso el placer en la exacta encrucijada entre el riesgo y el equilibrio. No debe anteponerse jamás el escepticismo delante de la complejidad. La fe mueve montañas. En las mesas de Ca la Trini lo demuestran, desde las siete de la mañana, con una sonrisa que alimenta tanto como el plato.
El mural también recién restaurado con su lista de platos lo proclama con el mismo destello y el mismo mérito que el Tapiz de la Creación en la catedral.
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