La Exposición Universal de Barcelona de 1888 y todas sus derivaciones ciudadanas habrían sido impensables sin le llegada del tren de Francia diez años antes. La batalla del alcalde Rius i Taulet para organizarla arrancó con su viaje de un mes a Madrid, durante el que movió cielo y tierra en los ministerios y entre diputados y senadores para asegurar la implicación del gobierno. Tras aquella estancia, todas las obras de construcción se terminaron en poco más de un año, dentro de una carrera contra reloj que convirtió a Barcelona en una “ciudad de locos”. La Exposición abrió al público 8 de abril. Durante la comida inaugural del Hotel Internacional --un establecimiento efímero en el Moll de la Fusta--, Rius i Taulet soltó: “El pueblo catalán es el pueblo yankee de Europa".
Las obras no se concentraron tan solo en la urbanización del parque de la Ciutadella y su acceso del Salón del Passeig de Sant Joan (Palacio de Justicia, Arco de Triunfo). También implicaron otras infraestructuras pendientes, como la primera piedra del Hospital Clínic o la cobertura parcial de la Riera d’en Malla, hoy Rambla de Catalunya. Todo el siglo XIX se vio marcado per la necesidad expansiva de Barcelona: la desamortización de los numerosos conventos de la ciudad, la presión para derribar las murallas, la recuperación del recinto militar de la Ciutadella, el trazado del nuevo Eixample para conectar con los municipios del llano que serían finalmente anexionados en 1897...
La Exposición de 1888 constituyó un giro de progreso en múltiples aspectos de la capital catalana. Cabe añadir que sería una de las más reducidas y menos “universal” de todas las de aquel siglo a lo largo del mundo. Sumó 12.000 expositores, divididos por tercios entre catalanes, españoles y extranjeros (casi todos franceses). La cifra de 1.200.000 visitantes también fue de las más bajas.
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