24 mar 2021

Casi todos los buenos restaurantes son una historia de amor, como el Bo.TiC

El chiquillo Albert Sastregener (Ventalló, 1979) creía que deseaba ser cocinero y su padre le colocó a regañadientes a los quince años de pinche en la cocina del restaurante tradicional Can Bech de Fontanilles, para ver si se le pasaba la manía. A continuación se formó durante siete años en la Escola d’Hostaleria de Girona mientras realizaba prácticas en la cocina del Mas Pau de Figueres, la Aliança d'Anglès, el Àbac de Barcelona, el Roser II y el Molí de l'Escala, así como en la Can Pipes de Mont-ras, donde llegó a jefe de cocina. Su pareja Cristina Torrent (Salt, 1982) trabajaba en Barcelona como diseñadora de moda y los fines de semana ayudaba en un restaurante de L’Escala. No lo tenían fácil para coincidir. En 2007 se jubiló el chef de Can Pipes y cerró. Entonces Albert y Cristina tomaron una decisión. Abrieron restaurante propio a las afueras de Corçà. Albert tenía 27 años y Cristina 25, a partir de ahora podrían verse cada día. Lo bautizaron con el nombre extraño de Bo.TiC, derivado de Bon Menjar y de Tito (como llamaban los amigos al joven cocinero) y Cristina. Tenía siete mesas y veinticuatro sillas, ampliables en verano. Ahí recibieron en 2010 la primera estrella Michelin.
En 2016 se mudaron a la actual ubicación de una antigua carpintería de carruajes en el centro de Corçà, donde el año pasado recibieron la segunda estrella Michelin. Encargaron el diseño del nuevo local a la joven arquitecta Anna Sabrià Benito, especializada en restaurantes y hoteles: el Sant Roc de Calella de Palafrugell, el Casamar de Llafranc, el Simpson Mas Ses Vinyes en Esclanyà, L'Eixida en Peratallada, el Toc al Mar de Aiguablava, el Hostal Sa Tuna, premio de Arquitectura 2020 de las comarcas gerundenses por el hotel Can Liret de Palafrugell y de Interiorismo por la cafetería Buttercup de Girona.
Albert Sastregener y Cristina Torrent se siguen viendo cada día entre las flamantes paredes del Bo.TiC. Ayer fui a saludarles y a comer junto al padre de la arquitecta, Martí Sabrià. Durante la comida me pareció sentir el aliento de aquella clase de sentimiento que mueve el cielo y la estrellas, ni que sea en régimen de mini-dosis excelsas.


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