Me hice acompañar por dos máximos especialistas, Arnald Plujà y Josep M. Dacosta, para localizar con precisión, ver con mis ojos y tocar con mis dedos la legendaria EMA (Estación Meteorológica Automática) de Portbou, instalada desde 1998 en la loma litoral de la Punta de l’Ocell fronteriza. Registra los datos sobre las tramontanas más fuertes del país, los vientos más poderosos de toda la Península Ibérica. Vista sobre el terreno puede parecer una instalación irrisoria, modestísima y sin atractivo. Para mi, en cambio, es como un altar de la patria, un santuario civil, un punto de referencia nacional. El anemómetro izado a diez metros del suelo y 196 metros de altitud envía plusmarcas de hasta 200 km/h, aunque la velocidad del viento sea inferior en el llano. El protagonismo de la estación meteorológica automática de Portbou por lo que respecta a la tramontana presenta una particularidad reveladora de la distancia entre la técnica oficial y la realidad sobre el terreno. Nadie sabe nombrar con exactitud dónde está situada la instalación, cómo se llama el punto donde la levantaron. Los documentos oficiales la sitúan en la Punta de l’Ocell, sin embargo este topónimo designa la punta litoral, no la loma donde se encuentra en realidad. Tampoco puede decirse que se trate del Puig Cervera, como pretende la documentación sobre el vértice geodésico y la muga fronteriza 601 situados a pocos metros (foto adjunta), dado que este topónimo designa el cabo litoral siguiente.
Tan solo pudimos establecer que se encuentra a medio camino entre el Coll dels Belitres y el Puig de las Freses, a segundo término de la Punta de l’Ocell, en la línea de cresta fronteriza de partición de aguas. Verdaderamente somos un país a medio hacer. Resulta impensable que el Met Office (el servicio meteorológico britànico) o Méteo France no sepan nombrar con exactitud el punto del territorio donde levantan sus instalaciones.
Ahora Sergi Corral, que lleva quince años estudiando la evolución estadística de la tramontana desde L’Escala, certifica que ha disminuido mucho y que en 2020 tan solo sopló cincuenta días, como si también se hubiese confinado. Era un viento local sólido, cargado de consecuencias prácticas en la atmosfera del día, y le dediqué algún libro monográfico. Sin embargo también es por definición algo etéreo, inasible y caprichoso. (foto Josep M. Dacosta)
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