12 ene 2019

Ayer fuimos a velar el difunto pueblo de Sant Marçal de Quarantella

Ayer fuimos con Quim Curbet a velar el difunto pueblo digno de elogio de Sant Marçal de Quarantella, agregado deshabitado del municipio de Vilademuls que una inmobiliaria ha puesto a la venta al precio suntuoso de 2 millones de euros por ocho casas a restaurar. Pueblos deshabitados hay más de un centenar en Catalunya, sobre todo en el Pirineo desposeído. El fenómeno es menos corriente en el llano de la provincia de Girona, en el terraprim que une la comarca del Pla de l’Estany con el Empordà, un escenario suavemente ondulado y drenado por múltiples arroyos que desguazan en el Ter, bien comunicado a 20 km
escasos de Girona ciudad, con vistas al Canigó. Aunque ni así acabo de entender el precio.
Vilademuls siempre ha sido un término extenso, atípico, retorcido. Suma 800 habitantes en ocho núcleos esparcidos como los balines de un perdigonazo. El que da nombre al conjunto solo tiene 70 residentes, mientras que San Esteve de Guialbes, Vilafreser, Galliners, Vilamarí i Terradelles rondan el centenar.
El agregado de Sant Marçal de Quarantella ya no tiene ninguno. Sus casas mantienen como pueden el tenaz equilibrio y buscan un sentido a la existencia con una fuerza extraña y persistente, con dulzura y dolor, belleza y crueldad, ternura y soledad, nobleza y discreción, carisma y derrota.
El viento de tramontana barría ayer un cielo enorme, claro y tensado, pintado con una luminosidad resplandeciente, una claridad etílica. El sol doraba la piedra desnuda de las casas deshabitadas.
La quietud del lugar contenía una sensualidad imprevista, el velo de aflicción sobrepuesto a la expresión muda del temor a la soledad y la sacudida de la muerte. Un rumor vacío se arremolinaba en contrafuertes y fachadas. Más que extrañeza y desencanto, nuestro recorrido en Sant Marçal de Quarantella adoptó de forma espontánea una solidaridad presencial poco desolada.
Fuimos a comer al restaurante La Serra de Sant Esteve Guialbes, abierto por Narcís Rost Costa y su mujer Primitiva Jordà Dorder, ahora regentado y ampliado por el hijo Josep. Además del menú del día, ofrece en la carta pollo con cigalas, menudillos de pato con múrgulas, pintada con setas o costilla de cerdo con salsifíes. Es de aquellos establecimientos de cocina aferrada a la vida biológica, alejada de la especulación de los millones de euros de todos los reinos de este mundo, reformas aparte.

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