A la muerte de Franco hubo entre nosotros un consenso social a favor de ser europeos. Se vio recompensado con 100.000 millones de euros contantes y sonantes de fondos europeos, llegados a España como el maná entre 1986 y 2010. Ahora los fondos europeos de cohesión van a nuevos países miembros más necesitados y lo que nos llega de Bruselas es una draconiana y equivocada política de austeridad, impuesta por Alemania como país hegemónico y beneficiario. La Unión Europea ya no es a nuestros ojos la avanzadilla de la democracia comunitaria, sino la autoritaria madrastra con las facciones y los
métodos de la conservadora canciller Merkel. Coincide con una severa crisis económica que ha destapado la complicidad entre el poder político y los intereses particulares de los especuladores, la amplitud de la corrupción y la necesidad de una regeneración democrática. Los mecanismos de gestión de la Unión Europea no han quedado al margen, han mostrado formar parte del problema más que de la solución. El descrédito de la política realizada –o dejada de realizar—por los gobiernos de las últimas décadas ha involucrado en la misma medida a los organismos comunitarios, que dependen de ellos.
La idea de Europa ya no es la positiva cooperación entre los países miembros, basada en virtudes cívicas compartidas y políticas democráticas consensuadas. Ahora Europa se ve inmersa en la brecha creciente entre clases sociales y entre el norte y el sur. Contribuyó a la transición democrática y ahora es ella quien necesita otra. El euroescepticismo acentuado en múltiples países es el peor camino de los desencantados, la evasión, el cada uno por su cuenta, el repliegue proteccionista, los prejuicios nacionales, las soberanías y las identidades enfrentadas. La Unión Europea precisa la misma regeneración democrática que los gobiernos que la dirigen.
Sería tan sencillo como establecer listas electorales comunes por ideologías en las elecciones legislativas simultáneas del conjunto de países miembros. Eso choca con los intereses de las maquinarias políticas de cada país, las cuales representan una de las principales multinacionales, casi tan amplia con las económicas. Con la diferencia que a las maquinarias políticas les interesa seguir siendo locales para perpetuarse mientras que las económicas hace tiempo que se han globalizado para dominar todo lo demás. Al menos la crisis habrá servido para definir con nueva claridad los intereses de cada sector social.
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