La excavación en curso (en la foto) con motivo de las obras de la futura estación del tren AVE en el barrio barcelonés de la Sagrera de una extensa villa romana de doce hectáreas, con bodega dotada de once prensas de vino, sigue ofreciendo sorpresas y se ha visto ampliada a dos zonas vecinas, antes de que las recubra el cemento de la futura terminal ferroviaria. Los trabajos han permitido documentar con más detalle la especialidad de producir a gran escala y exportar vino de la Barcino romana del siglo I, en colaboración con la fábrica de envases que era Betulo (Badalona), capaz comercializar 1.800 ánforas o jarras de 25 litros por mes. La Barcino romana y su comarca era un país recubierto de viñas. “El descubrimiento de la villa de la
Sagrera está reescribiendo la historia romana de la capital catalana tanto por su ubicación alejada de la ciudad antigua, como por su actividad y medida. Los arqueólogos señalan que es un hecho sin precedentes en el llano de Barcelona”, escribía Ramon Comorera en El Periódico del pasado 2 de septiembre.
Sagrera está reescribiendo la historia romana de la capital catalana tanto por su ubicación alejada de la ciudad antigua, como por su actividad y medida. Los arqueólogos señalan que es un hecho sin precedentes en el llano de Barcelona”, escribía Ramon Comorera en El Periódico del pasado 2 de septiembre.
De hecho, en época romana el vino era una producción que ya llevaba siglos –¡milenios!-- desplegándose a lo largo del Mediterráneo. En el Neolítico, entre el año 7.000 aC y el 4.000 aC, el hombre aprendió con el fuego a cocinar, calentarse y vencer la oscuridad. Con la caza, la pesca y los primeros cereales empezó a consolar el hambre, y con el aceite a condimentarla. Pero con el vino aprendió a soñar, incluso a ganarse la vida.
Sin el vino no nos habríamos civilizado igual, nuestro bagaje sensorial y económico sería otro. Cuando el hombre primitivo convirtió una liana silvestre en viña y vinificó por fermentación el jugo de la uva, culminó su primera embriaguez y entendió que la tierra puede tener una sangre alegre, energética, redentora de las penas. Descubrió a la vez el sentido de culpa, la resaca, el remordimiento. Y también el comercio al por mayor.
Los hombres del Neolítico conocían las bebidas fermentadas a base de cereales (cerveza), de miel (hidromiel) y de fruta (uva). Algunos rastros de componentes del vino como el ácido tártrico se han encontrado en jarras de cerámica datadas del 7.500 aC, así como pepitas de uva de fosilizadas. La sedentarización favoreció que la parra silvestre de la Vitis vinífera, aprovechada sobre todo como fruta, se convirtiese en plantación de viña (en la modalidad de pérgola o bien a ras de suelo) en Mesopotamia, Anatolia, el Próximo Oriente, Egipto y, a partir del 3.000 aC, en Grecia. Los navegantes fenicios diseminaron por el Mediterráneo el vino, los navegantes griegos el cultivo de la viña, los colonizadores romanos los nuevos mercados. El vino comenzó a ser visto como un fluido vital igual que la sabia, el esperma, la leche o la sangre.
El efecto embriagador del consumo del jugo de la uva fermentado se asoció con rapidez a rituales místicos y entró en la mitología occidental de la mano del dios griego Dionisio (transformado en Baco por los romanos) o incluso como alegórica transustanciación de la sangre de Cristo, según la nueva secta de los cristianos. Iniciada nuestra era con la colonización romana, la viña se consolidó como cultivo extensivo en múltiples puntos de Europa, en particular en el contorno mediterráneo. Durante la larga y agitada Edad Media, la red de instituciones monásticas constituyó un refugio de la especialización vinificadora, así como de otras sabidurías acumuladas.
La Villa Sagrera romana excavada con ocasión de las obras del AVE lo ilustra materialmente. Las piezas halladas no se sabe dónde ni cuándo serán expuestas. El yacimiento, una vez estudiado, será recubierto de nuevo por la Barcino de hoy. Y el vino seguirá fluyendo.
No serà acido tartarico, acido de las frutas, en vez de acido tantrico?
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