Visitar la exposición que acaba de inaugurar el Museo de Historia de Catalunya sobre los templarios no aclara el enigma. No el supuesto enigma, tan explotado por escritores de novelas históricas esotéricas como El código Da Vinci. El enigma principal es qué interés puede tener, si no se presenta con mentalidad de hoy, una exposición sobre la orden militar fundada a raíz de la primera cruzada en 1118 y disuelta por el papa en 1311. La historia de los templarios, incluida su presencia en Catalunya, ya había sido explicada del derecho y del revés, con reiteración y detalle. La exposición evoca un mito medieval, convertido posteriormente en pasto de leyendas. Lo que no aclara es el papel nefasto de la orden del Temple ni de las cruzadas que la hicieron
nacer (las cruzadas externas en Tierra Santa o las internas en tierra de moros).
nacer (las cruzadas externas en Tierra Santa o las internas en tierra de moros).
Reproduce vestidos y armamento de época, maquetas, dioramas y proyecciones audiovisuales, hasta pretender que la pieza estrella de la muestra es la hoja de una espada del siglo XI que se conserva en la armería real de Madrid y que algunos creen que podría ser la espada Tizón, propiedad de los condes de Urgell, cedida a los templarios y utilizada por Jaume I para conquistar Borriana a los moros con la convicción de que tenía poderes mágicos. ¡Dios mío, cuánto rigor científico en el Museo de Historia de Catalunya!
En cambio no destaca la clara y actual postura, que podría resumirse con la frase del profesor medievalista Josep M. Salrach cuando califica las cruzadas de “drama, quizás el mas importante de la historia europea y mediterránea. En cierto sentido, fueron el inicio del colonialismo europeo en el Tercer Mundo. Levantaron un muro de odio entre el Oriente musulmán y cristiano ortodoxo, por un lado, y la cristiandad latina por el otro, enquistando en el espíritu europeo la idea de que era salvífico hacer la guerra en nombre de Dios“.
Tampoco se sustenta en la diáfana conclusión del libro de referencia de sir Steven Runciman Historia de las Cruzadas: “Visto desde la perspectiva de la historia, todo el movimiento cruzado fue un fracaso. El daño infligido por los cruzados al islam resultó pequeño en comparación con el que hicieron al cristianismo oriental”.
La primera cruzada fue organizada por los señores feudales occidentales bajo la dirección del papa de Roma para ayudar a los cristianos bizantinos de Oriente atacados por los turcos, quienes ocupaban Jerusalén desde 300 años atrás. Los cruzados liberaron Jerusalén durante el corto período comprendido entre 1099 y 1187, reocupada por el sultán Saladino. En cambio la cuarta cruzada saqueó en 1204 de forma salvaje la gran capital cristiana oriental de Bizancio o Constantinopla (llamada Estambul desde la conquista turca de 1453).
El historiador John Julius Norwich, en el libro El Mediterráneo, un mar de encuentros y conflictos entre civilizaciones, es tajante: “En toda la historia de la cristiandad no hay un capítulo menos edificante que las cruzadas”.
La orden de los templarios tuvo un papel preponderante. Fundada en Jerusalén el año 1118 por nueve caballeros francos (franceses), tomó el nombre por haber instalado la primera sede en el antiguo templo de Salomón. Era una hueste militar, una banda de guerreros bajo la tutela del papa. Pronto contó con numerosas sedes o encomiendas en toda Europa, que en algunos casos sobrepasaron en poder y riqueza a los Estados embrionarios donde se radicaban.
Los templarios consolidaron una flota propia con bases en todo el Mediterráneo, una red comercial floreciente y el primer sistema bancario internacional. Cien años después de su fundación, era la organización más importante de Occidente, con más de 9.000 encomiendas y unos 30.000 caballeros armados (sin contar los siervos, escuderos y artesanos asociados).
La orden se convirtió en un contrapoder y fue disuelta por el papa en 1311. Sus bienes pasaron a la orden de San Juan de Jerusalén, también llamada del Hospital o hospitalarios, de los Caballeros de Rodas o Caballeros de Malta.
En la crédula Europa medieval, las leyendas más retorcidas o fantasiosas sobre el legado oculto de los templarios disueltos se multiplicaron. Algunos las siguen alimentando.
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