Plantarse en lo alto del cabo de Begur es una experiencia en sí misma, sin necesidad de demasiados pretextos. Sin embargo mañana domingo el pretexto lo vale: la entidad Gent del Ter, que se dedica a la protección del patrimonio, convoca una salida colectiva hasta el semáforo del cabo de Begur, funcionalmente difunto pero con la edificación intacta, asediada por la urbanización rampante. Se trata de uno de los puntos más orientales, más adentrados en el mar, de toda la costa catalana: más que la vecina montaña palafrugellense de Sant Sebastià, menos que el Cap de Creus, indiscutido extremo oriental de la Península ibérica. En el cabo de Sant Sebastià se inauguró el año 1857 uno de los faros más importantes del
país. A guisa de compensación, en 1883 el gobierno otorgó al vecino cabo de Begur la instalación del semáforo de comunicaciones para la navegación a vapor. Inaugurado después de lentas obras el 10 de diciembre de 1891, la implantación de la telegrafía sin hilos lo dejó sin utilidad directa poco después. Cerró definitivamente en 1970.
Su instalación se vivió en el pequeño municipio de Begur como una victoria frente a la poderosa villa vecina de Palafrugell. Lo que los viejos begurenses llamaban el semáfru era un título de orgullo, el reconocimiento de la importancia estratégica de la mole del cabo de Begur.
En 1871 el gobierno había aprobado la ley de obligatoriedad del uso del Código Internacional de Señales para la marina de guerra y la mercante. Implicó la construcción en la costa de las estaciones de comunicaciones llamadas semáforos, levantadas y regentadas por el ministerio de Marina.
Aquel código obligatorio se servía de banderas de distintos diseños y colores entre los barcos y el semáforo, quien transmitía los mensajes por telegrafía con hilos hasta el destino deseado por cada capitán. El barco se aproximaba al punto de la costa donde se encontraba el semáforo y con tres toques de sirena avisaba que quería comunicar. La respuesta sonora indicaba que podía empezar a hacerlo mediante el código de banderas.
La instauración en 1919 de la telegrafía sin hilos convirtió en obsoleto al sistema. El semáforo prosiguió con funciones de vigilancia, orientación y observación meteorológica, luego automatizadas sin necesidad de técnicos presenciales. Hasta el cierre completo de 1970.
Algunas de aquellas funciones fueron absorbidas por los faros del cabo de Sant Sebastià y el cabo de Creus. Su vecino inmediato rosellonés del cabo Bear, en Portvendres, mantiene aun las funciones de semáforo. El antiquísimo faro de Bear, con la torre piramidal de 27 metros de altura, reconstruida en 1905 con mármol rosado del Conflent y la linterna metálica roja, conserva en activo a su lado el semáforo regentado desde 1861 por la Marina francesa con funciones de vigilancia (navegación, pesca, reserva marina, frontera marítima, espacio aéreo, salvamento) y observación meteorológica.
Cada uno de dichos municipios costeros nutre el orgullo de su propio cabo. La mole de Bear se ha visto tildada de “cabo de Hornos catalán” con un punto de grandilocuencia oceánica. Su estación meteorológica registra con relativa frecuencia tramontanas de 160 km/h. Coinciden con las de este lado, puesto que el viento no conoce fronteras estatales.
El semáfru del cabo de Begur, aunque sea hoy un cuerpo vacío, merece una visita, una historia y un respeto.
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