El diario La Vanguardia mantiene cada domingo dos o tres páginas de la sección “Religión”, en las que me entero de noticias sobre lejanas cortes celestiales y terrenales. Ayer reseñaba una conferencia en el Ateneo Barcelonés alrededor de las aportaciones universales de la iglesia catalana, pronunciada por el sacerdote Jaume Aymar, director del semanario Catalunya cristiana. Aludia al papel de los “cuatro Ramones”: san Ramón de Peñafort, el beato Ramón Llull, su discípulo Ramón Sibiuda y el fraile jerónimo Ramón Paner, uno de los primeros misioneros del Nuevo Mundo. Me llevó a pensar de inmediato en un quinto, el presbítero Ramón Roquer Vilarrasa (Ripoll 1901-Barcelona 1978), uno de los curas más influyentes entre la burguesía barcelonesa de posguerra y hoy más borrado. Indagar y publicar la biografía del industrial y mecenas Alberto Puig Palau me obligó a perseguir laboriosamente la de su consiliario particular, mosén Roquer. En la
tremebunda foto adjunta aparecen ambos a la salida de un oficio solemne en la parroquia de la Concepción barcelonesa.
tremebunda foto adjunta aparecen ambos a la salida de un oficio solemne en la parroquia de la Concepción barcelonesa.
Alberto Puig Palau no era para nada de misa, pero en la posguerra precisaba cultivar todas las influencias posibles y Roquer era un hombre muy bien conectado. Le gustaba frecuentar los círculos de poder ciudadano y a estos les complacía contar entre sus relaciones con un cura joven, elegante, culto, dinámico, comunicador e introducido.
Salvador Pániker califica en sus memorias a mosén Roquer como “el filósofo catalán que entonces cortaba el bacalao” y le retrata: “Un tipo muy desconcertante, el mosén: alto, bien plantado, inteligente, distinguido, rápido de mente, brillante de palabra, nulo como escritor, excelente crítico, amigo de los influyentes, claramente neurótico. Sus íntimos amigos eran Julio Muñoz Ramonet, Alberto Puig Palau y el doctor Puigvert: tres hombres de acción y multimillonarios, si no playboys”.
Estudió el bachillerato en el Instituto Joan Maragall barcelonés, donde luego fue profesor de Filosofía hasta la jubilación. En 1934 ya fue elegido decano de la junta de gobierno del Colegio de Licenciados en Filosofía y Letras de Barcelona y a los 34 años accedió a una cátedra de Filosofía de la UB.
Durante la Guerra Civil amplió estudios en Alemania. En 1943 fue un de los impulsores de la reanudación de actividad de Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en Barcelona. Escribió el comentario semanal sobre el Evangelio en La Vanguardia durante cerca de treinta años, de 1947 a 1976.
Su principal papel no derivaba de los cargos académicos, sino de la intensa vida social entre la alta burguesía del momento, que le consagró como hombre de enlace con el poder de la curia, capaz a la vez de no desentonar en sus salones.
En 2006 me costó repetidas entrevistas en el obispado y el seminario poder documentar un mínimo perfil del personaje para el libro Tío Alberto: vida, secreto y fiesta de Alberto Puig Palau, escrito conjuntamente con el colega Jaume Fabre. El rastro del influyente presbítero Ramón Roquer se había borrado del todo tres o cuatro décadas después de su muerte.
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