Ayer domingo fui a ver la película Josep, basada en la vida y los dibujos del soldado republicano Josep Bartolí Guiu (Barcelona 1910 - Nueva York 1995) cuando se hallaba encerrado en 1939 en los campos de concentración franceses de Argelés y Ribesaltes. La peripecia de Bartolí ya era conocida (en 1989 hizo donación de una parte de sus dibujos al Archivo Histórico de Barcelona y el 1990 se editó el libro Conversa amb Bartolí, de Jaume Cañameras), pero convertirla ahora en biopic internacional de dibujos animados ha sido una iniciativa de resonancia modernizada, reanimada enlenguaje actual. Más de 200.000 civiles y 250.000 soldados se dirigieron en enero de 1939 a la frontera del Pirineo catalán ante el avance de las tropas franquistas. El recibimiento del país de la “”Libertad, Igualdad, Fraternidad” fue gélido, cargado de desdén, degradante para quienes creían entrar a territorio amigo y se vieron tratados como ganado, pese a ser ciudadanos civiles o soldados regulares de un gobierno democrático reconocido por la comunidad internacional. Murieron de forma inhumana miles de ellos. La dureza del recibimiento alcanzó su objetivo: tres cuartas partes de aquellos refugiados ya habían regresado a España a finales de 1939.
La peripecia de Bartolí prosiguió en los campos de concentración alemanes y luego en México (donde mantuvo una relación amorosa con Frida Kahlo de 1946 a 1952) y Estados Unidos (donde se consagró profesionalmente como dibujante y se casó con Bernice Bromberg). A partir de 1977 realizó estancias y exposiciones en Barcelona.
La película Josep ha sido uno de los 56 títulos de la selección oficial del Festival de Cannes 2020, finalmente cancelado. También ha sido la ocasión de recordar en las salas de cine actuales la salvajada de los campos de concentración franceses de 1939.
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