9 dic 2020

La mala suerte histórica de la Estación de Francia, hasta hoy

La Exposición Internacional de Barcelona de 1929 tuvo lugar en plena dictadura de Primo de Rivera, lo que revistió consecuencias. Si la primera Exposición Universal de 1888 sirvió para urbanizar el sector de la Ciutadella, la segunda de 1929 aplicó el mismo objetivo a la montaña de Montjuic, entre otras obras urbanas como la construcción de la nueva Estación de Francia en el lugar de la antigua. El despliegue del estilo arquitectónico modernista y los primeros balbuceos del novocentista darían a las nuevas edificaciones de la Exposición de 1929 un aspecto historicista conceptualmente caduco que contrastó con las vanguardias europeas del momento, representadas en el propio centro del certamen por el Pabellón Mies van der Rohe levantado por la delegación de Alemania.
La primitiva Estación de Francia aun era la misma del tren de Mataró de 1848, ampliada a continuación para acoger al tren de Granollers pero raquítica de todos modos. La compañía ferroviaria MSA daba largas a la construcción de la nueva terminal pendiente, la preparación de la Exposición Internacional constituyó el tope ineludible.
En 1922 convocó el concurso de proyectos, ganado por el joven arquitecto Pedro Muguruza Otaño, probablemente porque se adaptaba más a las exigencias del promotor, igual como haría de nuevo Muguruza veinte años más tarde con el primer proyecto del Valle de los Caídos. Su estilo conservador se desmarcó de las tendencias modernas, hasta el extremo que la compañía optó por dividir el proyecto y encargar el vestíbulo de la futura estación a Raimon Duran Reynals y Pelai Martínez Paricio, más en sintonía con el novocentismo y el refinamiento urbanístico y decorativo que se esperaba. En definitiva, la nueva estación no significó una exhibición urbana de la moderna arquitectura de hierro y cristal, como en otras ciudades europeas.
Después de más de sesenta años de actividad, el último gran servicio de la Estación de Francia a la ciudad fue su “suicidio” con motivo de las obras de los Juegos Olímpicos de 1992. El desvío y soterramiento del ramal de Marina y del ramal de Glorias que convergían en esta terminal hizo posible la liberación del frente marítimo de Barcelona (no el de la comarca del Maresme). Unas cuarenta hectáreas ocupadas por las instalaciones ferroviarias se convirtieron en suelo urbano. En recompensa, la Estación de Francia se vio restaurada “corpore in sepulto”.

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