En el marco de la Bienal de Venecia que tiene lugar estos días, el cotizado escultor barcelonés Jaume Plensa acaba de instalar en la amplia nave central de la basílica de San Giorgio Maggiore una de sus características piezas, la cabeza de cinco metros de altura de una niña en rejilla de acero inoxidable, prefiguración de la que piensa plantar en la bocana del puerto de Barcelona cuando el Ayuntamiento se decida a formalizar el encargo apalabrado. La insular basílica veneciana de San Giorgio Maggiore no es un escenario trivial. Contiene los tres últimos cuadros pintados por Tintoretto y es un conjunto arquitectónico destacadísimo de Andrea Palladio, erigido a partir de 1566. Su
refulgente fachada neoclásica protagoniza una de las más conmovedoras vedute venecianas desde la plaza San Marco o desde los muelles de las Zattere.
refulgente fachada neoclásica protagoniza una de las más conmovedoras vedute venecianas desde la plaza San Marco o desde los muelles de las Zattere.
Cierto es que la nave central de la basílica se halla muy desaprovechada por el actual volumen de feligreses y que la comunidad benedictina suele celebrar en otra joya de menores dimensiones, la capilla del Cónclave, las misas conventuales acompañadas por una excelsa música como ya solo parece audible en la ciudad de Monteverdi y Vivaldi, punteadas per unos cantos litúrgicos de un desafinado discreto y adaptado mi capacidad de mimetismo, cuando he sido invitado por los monjes con ocasión de mis indagaciones sobre la reliquia del la cabeza de San Jorge que poseen.
En la holgada nave basilical ahora ocupada por la obra de Plensa, se pueden contemplar unos altos armarios laterales, opacos y cerrados. Acumulan en las estanterías una de las colecciones más fabulosas y truculentas de reliquias de santos, reunidas durante los siglos de liderazgo mediterráneo de la Serenísima República de Venecia.
La llamada reliquia de la cabeza de San Jorge, que logré que localizasen y me mostrasen para fotografiarla, es un pedacito de calota craneal o de hueso occipital. Fue estudiada en 1971 por el historiador de la universidad norteamericana de Princeton y catalanófilo Kennet M. Setton, autor tres años más tarde del opúsculo Recerca i troballa del cap de Sant Jordi.
La lectura del librito de Setton llevó al industrial gerundense Ramon Franquesa i Lloveras a solicitar a la basílica benedictina de San Giorgio Maggiore que regalase a Cataluña un pequeño fragmento de su reliquia de San Jorge, petición avalada por el abad de Montserrat y el dirigente político demócrata-cristiano Miquel Coll i Alentorn. Una delegación encabezada por el prior de la capilla del Palau de la Generalitat, mosén Joan E. Jarque, recogió en 1981 el obsequio, con las correspondientes actas de donación y autentificación firmadas por el abad Edigio Zaramella. A continuación los promotores de la donación pidieron con devoto entusiasmo al presidente Pujol que la reliquia, depositada en la capilla del Palau de la Generalitat, iniciase un recorrido a lo largo de las parroquias catalanas que lo solicitasen.
Las antiguas leyendas sobre las reliquias resultan hoy anecdóticas y el fervor que suscitaban se ha temperado con sentido común, pero en su momento despertaban una adhesión que podía alcanzar el fanatismo, la superstición, la idolatría y el fetichismo. La fiebre de las reliquias codujo durante algunas épocas al tráfico de órganos humanos, así como profanar tumbas y robar féretros. Antoni Pladevall escribe en Història de l'Església a Catalunya: "Cuando un monasterio o una iglésia importante no tenía ningún cuerpo de santo, lo buscava donde fuse y, si era preciso, lo sustraía piadosamente".
Hoy las reliquias son en rejilla de acero inoxidable y de unas proporciones que aspiran a otro tipo de monumentalidad devota.
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