Un matrimonio amigo tiene una acogedora casa familiar con jardín en Les Gunyoles, municipio de Avinyonet del Penedés, a la sombra de una torre circular romana del siglo I que se alza en una finca vecina. Esa sombra se siente mucho, porque encarna el legado profundo de la romanización en la Hispania tarraconense. Cuando de vez en cuando me invitan, no dejo de mirar y remirar la torre romana con una insistencia intrigada. La parte que se ha conservado, de 7,5 metros de alto y 9 de diámetro, está adosada a la masía solariega del siglo
XVII conocida por Can Rialb, Can Umbert o el Castell. No se trata de una de tantas torres fortificadas de vigilancia y defensa de una masía. Esta es una torre funeraria romana auténtica del siglo I, edificada como memorial para contener la urna cineraria de un patricio hoy desconocido, al pie del ramal de la Vía Augusta que conducía de Martorell al Vendrell a través de la comarca del Penedés.
XVII conocida por Can Rialb, Can Umbert o el Castell. No se trata de una de tantas torres fortificadas de vigilancia y defensa de una masía. Esta es una torre funeraria romana auténtica del siglo I, edificada como memorial para contener la urna cineraria de un patricio hoy desconocido, al pie del ramal de la Vía Augusta que conducía de Martorell al Vendrell a través de la comarca del Penedés.
Es el único edificio sepulcral romano de cuerpo cilíndrico conocido en toda la península Ibérica y uno de los pocos fuera de Italia, un testimonio singular del fenómeno histórico de la romanización (la Torre de los Escipiones tarraconense también es un monumento funerario anónimo del siglo I, aunque de planta cuadrada y erróneamente considerado como el mausoleo de los generales Gneo y Cornelio Escipión, muertos tres siglos antes de la construcción).
Se ha escrito mucho sobre la importancia de la civilización romana en la configuración del mundo occidental, incluida Hispania. A veces era autopropaganda, aunque hermosamente escrita. La Eneida de Virgilio fue encargada el siglo I aC al poeta para equiparar al emperador del momento --el divinizado Octavio Augusto-- con el príncipe Eneas, fundador de la mítica ciudad de Troya: “Creo que otros serán más hábiles en dotar al bronce del aliento de la vida, extraerán del mármol figuras palpitantes, discutirán mejor las causas, mesurarán mejor con el compás el movimiento del Universo, sabrán predecir el nacimiento de los astros. Tu, romano, recuerda que debes gobernar a los pueblos de tu imperio, imponer leyes para la paz, perdonar a los vencidos y someter a los soberbios. Estas deben ser tus únicas artes”.
El poema épico de Virgilio está bien expresado, sin embargo la realidad no fue exactamente así. La península del extremo occidental mediterráneo que los fenicios y los griegos llamaron Iberia se convirtió en la Hispania de los romanos, quienes la ocuparon y colonizaron durante siete siglos, de finales del III aC al V dC, tras vencer a los ocupantes cartagineses.
Los romanos que desembarcaron en Empúries y Tarraco para hacer frente a los cartagineses decidieron quedarse. Las guerras contra los iberos autóctonos se prolongaron durante dos siglos. Finalmente, Hispania se convirtió en la primera, la más extensa y la más romanizada provincia del Imperio.
La romanización, la romanidad, comenzaba por la centuriación o división de la tierra en parcelas para repartir, ya fuese entre grupos clientelares locales, veteranos de las guerras o colonos itálicos. El registro de la propiedad, el catastro, permitía la recaudación de impuestos y tributos. así como las levas de legionarios cuando se consideraba oportuno. Financiaba las obras viarias y de irrigación, la manutención militar y el enriquecimiento de las familias patricias. Todo ello significaba la adopción gradual de la organización social y política del mundo romano, de buen grado o a la fuerza. También significaba, inevitablemente, la aculturación o pérdida de la cultura propia anterior de los iberos autóctonos.
La romanización se ha visto mitificada con frecuencia, aunque sin duda significó en muchos lugares modernidad, un grado incipiente de alfabetización, la aplicación del derecho romano, el aprendizaje de nuevas técnicas y un conjunto de beneficios acompañados a menudo por la devastación de los enfrentamientos bélicos y la cruda explotación de la esclavitud. El Imperio romano demostró habilidad en subordinar a otros pueblos, estabilizar en ellos su administración, crear un espacio económico común y coordinar la anexión con la colonización, aunque fuese desigual según los lugares y que la mayoría de veces la relación entre romanos y autóctonos se basara en el dominio militar.
En cualquier caso, es obvio que sin la romanización no se podría entender el futuro medieval y moderno de estos territorios, sus sucesivos renacimientos basados en la valoración de la tradición clásica. “La incomprensión del presente nace fatalmente de la ignorancia del pasado”, advertía el historiador francés Marc Bloch, fundador de la prestigiosa Escuela de los Anales. El concepto de “política” deriva del griego polis (ciudad), pero el de “civilización” proviene de civitas, la comunidad civil del imperio romano, los territorios de derecho romano.
La torre romana de Les Gunyoles simboliza todo eso que estoy escribiendo en un derivado del latín, aunque sea menos conocida que el Arco de Berá, el anfiteatro de Tarragona o las ruinas de Empúries. La torre de Les Gunyoles fue estudiada en 1950 por el arqueólogo Pere Giró i Romeu (Actas de la I Asamblea de Investigadores del Penedés y Conca d’Òdena), en 1967 por Marià Ribes i Bertran (revista Empúries nro. 29, 1967) y en 1976 por Alberto Balil (revista Zephyrvs nro. 26-27, 1976). Pese a situarse dentro de una finca particular, fue restaurada los primeros años 1970 por el Servicio de Conservación de Monumentos Históricos de la Diputación de Barcelona.
La propiedad de la finca con la torre romana recayó por herencia familiar en la hacendada Pilar Torrescasana Domènech, casada con el médico dermatólogo barcelonés Pau Umbert Corderas. El hijo Enric Umbert de Torrescasana, también médico dermatólogo, se casó en 1940 con Cecilia Millet Genové y tuvieron 16 hijos. La mayor Cecilia Umbert Millet, de 99 años, aun ha pasado este último verano a la sombra de la torre romana de su casa.
Soy de allí, una història de pelicula
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