En la red de metro siempre ocurren cosas y algunas magníficas. Ayer fui a contemplar el impresionante mural permanente de 90 m2 recién pintado por el artista Philippe Stanton y sus alumnes en el
vestíbulo de la estación barcelonesa Guinardó-Sant Pau en homenaje a los
trabajadores sanitarios. La estación Ríos Rosas del metro de Madrid acaba
de ser empapelada con el texto completo de la novela Fortunata y Jacinta, a raíz del centenario de la muerte de Pérez Galdós.El metro de Londres, el mítico “the tube” (foto adjunta de antes de la era de la mascarilla), fue el primero del mundo y hoy uno de los más extensos. Ahora se plantea asociar el nombre de patrocinadores comerciales a algunas de sus estaciones, de modo a disminuir el déficit de explotación (las tarifas de los usuarios cubren 47%). Soy usuario del metro de nacimiento, quiero decir que al venir al mundo la ciudad de Barcelona ya disponía de metro desde tiempo atrás. Una de las pocas cosas que no extrañaba a los barceloneses imberbes al llegar por primera vez a una gran capital extranjera --ya fuese Londres, París o Nueva York— era el sistema de funcionamiento del metro. El encargo de escribir el libro Metros i metròpolis me llevó en 1989 a dar una especie de vuelta al mundo en metro, junto al amigo fotógrafo Xavier Miserachs. Describimos sobre el terreno los de Berlín, Budapest, El Cairo, Caracas, Lille, Londres, Madrid, México, Moscú, Nueva York, París, Singapur, Tokio, Vancouver y Washington.
Aquella tarea me inoculó una curiosidad sostenida hacia las interioridades de este medio de transporte. Cuando viajaba al extranjero me parecía que la modernidad de una ciudad depende, para empezar, de estar unida a su aeropuerto en metro. Eso Barcelona solo lo logró con mucho retraso, en 2016.
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