31 jul 2017

La luz de Delfos es la auténtica obra maestra, el paisaje su mejor museo

De los dos millones de visitantes anuales de Delfos, muy pocos se instalan en los hoteles de la localidad. Llegan a miles cada día a bordo de autocares que cubren los 160 km de distancia des de Atenas, en visitas organizadas de una sola jornada. Echan un vistazo y toman unas cuantas fotos, pero se pierden el principal tesoro délfico: la salida del sol y el crepúsculo más conmovedores del mundo, al pie de las cumbres nevadas del majestuoso monte Parnaso, encarados al ondulante bosque de olivos, viñedos y barrancos, el vibrátil río gris argentado que se extiende hasta el
puerto de Itea y el mar de Corinto, a lo largo de una ladera panorámica punteada en algunos momentos del año por la flor del azafrán y las matas de menta e hinojo espigado.
Desde este punto la aurora adopta una luz morada turbadora y el ocaso un tono bruñido por largos siglos de sueños, vaticinios y corderos asados. El mar se encuentra a 9,5 km de distancia, pero protagoniza este horizonte. 
Zeus, el padre de todos los dioses, aconsejó a su hijo Apolo que abandonara la inhóspita isla de nacimiento de Delos y se estableciera en Delfos. Así se convirtió en el principal santuario, el centro del mundo religioso griego, simbolizado per la piedra cónica del omphalos u ombligo del mundo.
Era conocido por los consejos o augurios de su oráculo, con el que los dioses se expresaban a través de las pitonisas, sibilas o sacerdotisas del templo. El lenguaje “sibilino” o ambiguo de las respuestas permitía atribuir a una mala interpretación del receptor el incumplimiento del augurio. 
Englobaba múltiples edificios a lo largo de la ladera de la montaña (estadio, teatro, templos, gimnasio), de los que restan vestigios, en algunos casos reconstruidos modernamente. El posterior dominio romano de Grecia arrinconó la importancia de Delfos a partir del siglo II aC. La consolidación del cristianismo provocó que el emperador romano Teodosio aboliera aquella superstición pagana el año 390 dC y que el templo entrara en la depredación y el olvido, hasta las excavaciones internacionales de principios del siglo XX. 
El tolo o columnata en rotonda del santuario de Atena Pronaia mantiene en pie tres esbeltas columnas dóricas, construidas hacia el 370 aC y remontadas con piezas originales en 1938. El museo fue construido en 1903 para acoger in situ las piezas que no se vieron exportadas. Las instalaciones fueron modernizadas en 2004 con motivo de los Juegos Olímpicos de Atenas. La mítica Fuente Castalia ya no se visita en medio del bosque de laureles, por el peligro de desprendimientos de rocas, aunque su rumor se siente.
El auriga de ojos ardientes es la única pieza superviviente de la cuadriga fundida en bronce el año 475 aC como regalo votivo al templo de Apolo por parte de un príncipe de Siracusa que ganó en Delfos una de las pruebas de los Juegos Píticos, antecedente de los Juegos Olímpicos. Fue desenterrada por los excavadores en 1896 y constituye la obra maestra del museo délfico con todo merecimiento. 
La obra maestra del museo, digo. Porque la obra maestra de Delfos como lugar legendario es la luz de su horizonte marino en el momento del alba y del crepúsculo, aquellos 9,5 km abiertos de olivos, viñedos y barrancos, punteados en algunos momentos del año por la flor del azafrán y las matas de menta e hinojo espigado. 
Desde Atenas también se organizan estancias de dos días, con una noche en Delfos para vivir el prodigio de la luz griega rutilante, pura, crepitante, capaz de demostrar que la piedra inerte puede ser tan efusiva y la dureza marmórea tan dulce. El poeta griego Yorgos Seferis, premio Nobel en 1963, dijo: “Estoy seguro que la luz griega contiene un proceso de humanización”.

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